Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Adaja

04/04/2024

El corazón del Adaja late potente desde hace días.  Su curso recorre territorios extensos desde su nacimiento entre la Serrota y la sierra de Ávila, donde la fuente Berroqueña regala su nombre de piedras milenarias, hasta su destino, el Duero.  El Adaja es muro y es camino, y es señal inequívoca de vida, es una vena cava que se despierta con la primavera y que llega al estío como venula mínima, de sequedad intensa, con pátina de lodo calcinado por el sol repetido de agosto, pero lo suficientemente útil como para mantener a salvo a pequeñas libélulas y a crisálidas, símbolo de la belleza efímera y del renacimiento.
Corazón de Castilla, hijo ilegítimo de lluvias y de nieves escasas, inicia su danza de este abril estrenado como si su caudal fuera inagotable. Orilla del Adaja, testigo de negrillos, con sus troncos oscuros y firmes, temerosos de noche y esbeltos con el verdor que se acaba en septiembre. Fresnos imperturbables, duros y elásticos como el tiempo que pasa, con sus hojas tornasoladas y sus discretas flores que apenas lo parecen. Los espinos y endrinos, símbolo de blancura y de solaz, refugio y alimento, expresión de esperanza y alegría. Tesoros que no serían nada si no fuera por ese curso definido y ancestral del río que nos lleva, que nos sitúa cerca de lugares seguros, parte de la defensa amurallada, parte de nuestras vidas.
En esta época el Adaja es un lienzo, una pintura viva cuyo autor se levanta y cada día la dota de nuevos tonos fuertes, de nuevas alegrías en las vidas de pájaros e insectos, de niditos calientes donde palpitan los que serán propietarios del aire en breve tiempo.  Siempre esta agua, cuya trama se diluye muy cerca de nosotros, es señal de vida y no de muerte, es señal de alegría, de amaneceres cálidos y rosas, de una promesa pronta de verano. En la metamorfosis de la primavera no hay más protagonista que la lluvia y el agua del Adaja, que arrulla nuestros pasos para hacernos más felices y más imprevisibles, porque el frío siempre atenaza mucho, el alma y la cabeza. Incluso las conciencias se vuelven menos rígidas, cuando se trata de abrir los ojos a estos nuevos tiempos del estío inminente. 
El Adaja, es un hilo conductor de historias, de ciclos repetidos, de horas renovadas. El puente  que lo cruza, y que une la existencia desde dentro hacia afuera. La ermita de San Segundo, tan invisible a veces, tan presente. Molino de la Losa con sus avecillas siempre en derredor y renacuajos que viven al abrigo de las límpidas aguas. El camino al pantano, Fuentes Claras, que absorbe la marea de lo que sobra en cauces anteriores, aguas mucho menos claras de lo que deberían.
El ciclo de la vida, es este río. Nos enseña la capacidad de renovarse, nos indica lo imprevisible de la naturaleza;  nos alecciona sobre los inevitable, y nos explica que por mucho que nos empeñemos el fluir es algo totalmente imparable, como el tiempo. El Adaja pudiera parecer solo un río de tantos, cualquier flujo de agua a través de prados y montañas, pero no es cierto esto, porque el Adaja es nuestro, de los que contemplamos sus orillas todas las estaciones, de los que nos reímos de lo insignificante y de los que lloramos a su lado nuestras desesperanzas.