Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


La Cruz Vieja

07/03/2024

Algunas callecitas de Ávila son como cofres que guardan los secretos, que esconden el misterio, que se revelan entre niebla en los meses oscuros y reflejan el sol maledicente de los julios. Algunas callecitas de Ávila, son mucho más que calles, o que piedras y muros, o que abrigo contra el viento norteño, son leyenda e historia y son vida, porque vivas están cuando las transitamos. 
Desafían el tiempo estas pequeñas calles, conservadas nadie sabe por qué, sin haber sido mancilladas por asfalto o por cal, reconociendo que su gastada acera aún podrá con más pasos, con más lamentaciones en la Semana Santa, con más besos furtivos de los adolescentes y con más pesares de los que pasan solos evitando la vista de cualquier conocido. 
La calle de la Vida y la Muerte, cerrada en banda contra la catedral y parte inevitable se sus muros, cautiva al visitante, transeúnte. Su aura enigmática y su pasado épico, quedan  velados en misterio grave,  que daría para escribir novelas de caballerías. Si el nombre fuera solamente un capricho no tendría que ser escrito por poetas. Para quitarle magia se instaló en su frontal una Cruz Vieja, de madera gastada, con insignificante catadura, que no consigue agriar el verdadero baile de lo real y humano que es la vida y la muerte. 
Doncella y calavera se unen en el símbolo eterno de dualidad humana. Lo efímero y volátil de una mujer en sus primeros años, cabeza ladeada en interés primero, cabello ondulado y suave, cara redondeada por la doncellez misma. Sin ninguna piedad está la muerte al lado, la calavera de los desahuciados, lo que seremos todos inevitablemente, la inevitabilidad de la muerte. El que lo mira no puede sino sentir escalofríos desde la nuca hasta el fondo del alma, porque esa permanencia de lo desconocido, de lo que sí vendrá sin paliativos, nos hace ser conscientes de que no escaparemos de un futuro seguro. 
Esta Calle preciosa de la Vida y la Muerte guarda secretos hondos, que se deslizan entre las grietas de los adoquines, que se filtran acompasadamente, sin las prisas del hombre, del subsuelo. Y cuenta sus recuerdos de los duelos de los caballeros y de los borrachos, de los que un día fueron tan valientes como para enfrentarse a poderosos, de los que pleitearon por dinero o por damas hermosas, de los que pelearon por lo que creían justo. Pero guarda además muchos suspiros que se pueden notar al pasear en las madrugadas, cuando los justos duermen y solo los insomnes y los desesperados renquean entre su propia falta de alegría. Allí se atesora la ley de los amantes clandestinos, y los rezos en muchos casos nada venerables, lanzados al vacío para pedir que se concedan bulas y privilegios quizás inverosímiles, o milagros tal vez. 
La calle de la Vida y la Muerte habla de perdición y redención, habla de lo tangible y lo intangible, de luz y oscuridad, de besos y de hiel, de sales y de miel, de alegría y destierro, de marcas de navajas en el alma, de duelos en el cuerpo, habla sin duda alguna de la vida, y de la muerte. 

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