Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Leer, pensar...

26/04/2023

Se ven muchas frases hechas en torno al libro y la lectura. Que si leer te hace viajar con la palabra, que si es el ejercicio de la mente, que si el niño que lee será un adulto que piensa... No se crean todo lo que dicen los eslóganes. Ha conocido uno a muchos que leían que no tienen un razonamiento especialmente lúcido. Como conozco a grandes lectores de grandísima literatura que, fuera de su ambiente de medievalistas, teóricos o mitólogos, no pegan una a diestras. Leer se ha leído siempre poco en este país. Y muchos de los que afirman hacerlo, lo hacen de manera deslavazada, inconexa, dando tumbos por la literatura sin sacar el provecho que ofrece. Por no decir que otro buen número no sale del género que le es grato para darse una vuelta por ensayos, poemas, filosofías o autobiografías varias. Tan es así que hoy en día se habla de alta literatura para referirnos a esas obras que, por su consistencia artística o intelectual están a la altura sólo de un grupo de la elite social. Frente a ella, la otra, la de consumo rápido, la de pasar el rato y la que llena las estanterías de novedades. No seré yo quien diga lo que está bien y lo que está mal. Que es mejor leer que no hacerlo es una obviedad, un axioma, si me apuran. Ahora, que la frase más aberrante que uno ha oído es esa de que no importa qué se lee, que lo importante es leer. Nada más lejos de lo cierto: el mercado editorial español (y el de todas partes, creo) está lleno de basura. Un porcentaje altísimo de lo que se edita está hecho para las plantas de reciclaje de papel. Y ahí está, llenando estantes, esperando la mano de nieve que sepa arrancarlos. No se puede leer cualquier cosa y esto es especialmente delicado en la infancia y la juventud (¿alguien usa ya la palabra juventud o soy el único que cree que ha caído en desuso?) No es una cuestión de censura, sino de formación del pensamiento. No me escandalizo yo fácilmente con lo que veo que se vende para esas edades, pero siempre se me ocurren cosas mejores que recomendar más allá de los libros de versos mediocres cuando no pésimos o de novelas fatigosas de argumento idéntico que, pasados los quince años, les han quitado las ganas de acercarse a un libro. A la lectura se llega por una necesidad íntima, porque leer es un suceso que ocurre en lugares recónditos, personales, silenciosos y, a casi siempre privados. Se lee como para hablarse a uno mismo con palabras de otros y por eso nos recogemos siempre, donde podemos pararnos a mirar afuera de la casa, si nieva o si el sol asombra las calles arboladas... Y quien no ha llegado a percibir esa sensación de quedarse con un libro en las manos, meditando sobre esto o aquello hasta que le ha cogido el sueño y ha encontrado, más tarde, las páginas abiertas sobre el pecho, no entenderá tampoco lo que significa un libro concreto para una vida concreta. Todos los que leemos obsesiva o compulsivamente, quizá malsanamente, sabemos qué libros nos han cambiado la vida, nos han hecho, queremos creer, mejores y nos han acompañado (aún nos acompañan) como una suerte de ángel de la guarda. Es por eso que entras en una librería con tacto, porque sabes que puedes llevarte a casa algo más importante que un rato de ocio y de tertulia con algún otro lector. La lectura es un peligro porque te ensimisma en muchas ocasiones y porque puede hacerte caminar por valles inciertos, te reconduce, no pocas veces y te sobresalta, otras. El otro día parece que el presidente del gobierno se llevó las cámaras a una librería. ¿Qué leerá este hombre? O, mejor aún... ¿qué habrá leído? Hágase esta pregunta extensiva a todos los candidatos. No sabe uno qué pensar...