Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Arqueología en los baches

10/04/2024

Martes santo y uno tenía que enviar el artículo correspondiente a hace dos semanas que estaba ahí, calentito, esperando adjuntarse a un correo electrónico. Pero bajé a ver la procesión de la Estrella, junto a las Gordillas, en la curva del colegio Santa Ana donde nos arremolinábamos cientos de personas sumadas a las que se habían encaramado en ese talud que hace de grada a falta de otras más dignas que alguien debería considerar. Como no parecía el mejor de los lugares, me muevo a otro, o lo intento, descendiendo de la acera y metiendo el pie izquierdo en uno de los imbornales. El hueco es inmisericorde, enorme, como una puerta al infierno de no menos de quince centímetros, calculo. Así que pierdo el equilibrio y la compostura y caigo con la rodilla (la mala) en el asfalto, destrozándomela como un niño de nueve años. No sé si lo peor es el dolor o el verme así delante de cientos de personas,  penitentes, paisanos y turistas. Humillado, acepto un par de manos de alrededor para ponerme en pie, mientras pasa Jesús Redentor juzgado por Caifás. ¿Qué va a hacer uno en esas sino señalar el agujero y encogerse de hombros? Así que te comes las ganas de despotricar del Ayuntamiento y de los baches y la humillación pública, el dolor y la herida, que al fin y al cabo, no son nada ante la escena de la pasión. Y te sientas donde puedes a ver pasar la procesión con un roto en la rodillera y un kleenex tapando la llaga, pidiendo que el menisco no haya terminado por cascar . Con todo, marchamos la cuadrilla de amigos santanderinos dos días después a Portugal, a Vilanova de Foz Côa, para ver, monte arriba y monte abajo, los grabados rupestres que custodian la confluencia del Côa con el Duero. También allí vimos la procesión del viernes Santo, humilísima y devota, por las calles de Vilanova hasta su hermosa iglesia manuelina. Voy a Portugal siempre como a casa, con mi iberismo irredento, buscando acá y allá los hermanamientos que castellanos y portugueses sacamos de cuando en cuando a las afueras y entendiéndonos cada uno en nuestra lengua con la naturalidad apolítica de vernos primos hermanos. De vuelta, me fijo de nuevo en el bache de la calle. Los amigos arqueólogos que prepararon la visita habrían detectado los cuatro o cinco estratos de alquitrán y grava que le han dado forma durante años. En este último quedará el ADN de mi rodilla para ser sepultado por la próxima operación asfalto. Viene uno del país vecino y de la Pascua de Resurrección con mucha paz. Así que dejaré aquí la protesta y la crítica, que, al cabo, el Paso de la Historia lo cura todo.