Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Las lenguas y la tabarra

14/02/2024

Yo sé que son muchos años de arrastrar la misma copla y que es muy difícil que todos entendamos todo o sepamos de todo. Los utópicos ilustrados, y mucho antes Comenius, buscaban eso de enseñar todo a todos para curar los males del mundo. Pero eso es una ilusión porque la educación no lo cura todo, muy a pesar nuestro y por eso nos lanzamos a la crítica de taberna. Ocurre que va uno por los sitios y escucha las cosas que se dicen. Les pongo un ejemplo de hace nada. Suena en un bar una canción de Serrat y en catalán, por más señas. Y el cabreado de turno la toma con el del bar, la tele y el padre del de la tele. La canción es enorme, buenísima, como tantas de Serrat; pero en estas cosas ya la gente no mira y le dispara a todo, sin ton ni son, a ver si así le acierta a algo que, lejanamente, se parezca al objetivo de su odio. A mí la canción me gusta y me molestaría que se apagase la televisión, pero por no levantar un conflicto de ideas, me callo y sigo a la tapa de patatas bravas. El gañán va de mono de empresa y devora un bocata de rabas, creo. Tras el éxito de su empresa, justifica la decisión con el corrillo, en el que hay un par de hispanoamericanos a las que este tema no les parece importar mucho. Al resto del bar le da lo mismo. Pero en este país, cuando pasan estas cosas, lo importante de la hazaña es el regodeo, la lección de después, lo que toda la vida se ha llamado la moraleja que no es más que una lección moral pequeña, de andar por casa, que, la mayor parte de las veces no vale para nada. Así que el hombre remata con una puntilla política. Tenía uno dos opciones: la primera, tirar de vena profesoral y contarle al señor que las lenguas no tienen la culpa de nada, que son herramientas que tiene la gente para ir tirando por la vida y decirle a la familia lo mucho que la quiere; o comprar el pan y pegar hebra con el de la cola; o llegar a un bar y dar lecciones. Y eso lo hace cada cual en la lengua que hablaba con sus padres, algo que tiene mucho de sentimental o de afectuoso. La otra opción era escribirlo en estas páginas y así lo he hecho. Y va aquí la moraleja: la ideologización del lenguaje es parte de esta aterradora incursión en lo privado que pende sobre nuestra vida desde hace décadas. Aunque quizá esta moraleja tampoco sirva para nada.

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