Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


La estadística y la ducha

24/05/2023

Han publicado un artículo en la prensa de aquí y allá sobre las virtudes higiénicas de los países. Básicamente se estudia dónde se ducha más el personal y, por lo tanto, quién es el más limpio y quién el más sucio. No sé muy bien para qué sirven estos estudios que, por otro lado, no parecen más que estadística aplicada a cosas que no tienen mayor importancia y que, más allá de la honrilla patria de salir bien parado, no aportan nada al saber humano. Los españoles nos duchamos más o menos como los griegos: unos cuatro de cada cinco, a diario. Y venimos a ocupar el tercer lugar, la medalla de bronce de la higiene, el podio de la limpieza personal, el top tres de la ducha. Muy a la cola se sitúan China y Reino Unido, que, por lo que se ve, han renunciado al gel y el champú en buena medida. No es algo que nos resulte desconocido, pero ahora está avalado por las encuestas. La higiene denota muchas cosas, claro. El que se ducha a diario se preocupa de su imagen, por no molestar al de al lado con su olor personal. Josep Pla solía citar esto en sus artículos, no sé muy bien por qué. Cuando comentaba los olores de las comidas de su Costa Brava mezclaba los del pescado a las brasas con los del olor a «raza latina», que venía a ser traducido, el olor a sobaquera lugareña. Esto quiere decir que, desde mediados del siglo pasado a nuestros días, se ha logrado la asepsia olfativa de ciertos locales públicos a base de agua y jabón. Supongo que forma parte de la evolución lógica de un país pobre a otro que ha logrado unas considerables cotas de bienestar. La estadística, que es lo que nos ocupa, se presta a casi todo. Hay estudios de buena parte de lo humano porque nuestro conocimiento actual es numérico y nuestro papel en el mundo es competitivo. Un país se mide por sus posiciones en los ranking, por las comparativas y las competiciones. El nivel de PIB, el puesto entre los ejércitos del mundo, la renta per capita o el valor de sus equipos de fútbol determinan nuestro orgullo y nos otorga un lugar en un mundo en el que, hasta hace nada, esto se determinaba, de cuando en cuando, por alguna guerra que otra en la que curtirse. Algo hemos avanzado. Así que las empresas dedicadas a estos menesteres se han convertido en parte de eso que se llama, con poca idea, «el relato». En unos días tenemos elecciones locales. Andan las encuestas dando resultados que leemos como se leían los augurios o los agüeros, que, etimológicamente son la misma cosa. Ya hay quien se frota las manos y quien prepara el champán. De la misma manera que hay quien ve peligrar su sede y se encomienda a sus santos patronos. Nos prepararemos, entre tanto, para comprobar quién ha leído en el vuelo de la corneja (si lo hacía a diestra o a siniestra, como en el Cantar del Cid) y ha terminado acertando. Hace siglos un augurio poco encaminado se pagaba, sobre todo si andaba en juego el poder de turno. Hoy, a Dios gracias, se entremezclan los resultados electorales con las duchas internacionales. Todo ello le resta bastante dramatismo a la cosa electoral. Porque un fallo en la horquilla de concejales no tiene más trascendencia que un desvío en el ranking de la limpieza-país. Yo ya tengo hecha mi porra para el Ayuntamiento pasado el domingo. Pero, si he de sincerarme, ando más preocupado por lo de las duchas. En el 2017, España era el país más limpio de occidente. Hemos descendido tres puestos. En unos años no va a haber quién entre en un local cerrado en pleno invierno. Por lo del olor a «raza latina».