Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Ganas de primaveras

01/06/2021

Azorín siempre escribía de lo mismo y, sin embargo, tampoco se cansa uno de leer a Azorín. Si uno relee con cierto entusiasmo, se da uno cuenta del aprovechamiento de textos con el que cumplía sus columnas y libros. Es comprensible porque, llenar columnas con algo de dignidad no es tan sencillo como parece, más si son columnas con intención literaria. Las ideas surgen de acá y de allá, pero otra cosa es que tengan un aire resultón. La mitad de las cosas que uno traería a esta lumbre, no darían ni para encender un cigarro. Por estas fechas suelo escribir de la primavera, del buen tiempo y de cómo embellece la ciudad el ruido de vencejos y golondrinas en los muros de la muralla;  y de ruiseñores y mirlos en los campos cercanos. Pero el ánimo no siempre está del lado del lirismo, que se queda para los poetas de vocación y no para los profesores que escribimos versos, que es otra cosa. Y lo curioso es que esta primavera viene con su juego de figuras más dada a la alegría que la del año pasado. Pesa en el ambiente un ánimo de cierta revancha, de tomarse el buen tiempo con atrasos, de no llegar tarde a una fiesta que no se sabe bien si es de disfraces o de smoking. Al bullicio de los pájaros hay que añadir el de la gente en las terrazas y los parques, al de los paseantes por las calles y al de los niños en los columpios. Quizá no haya pasado todo, pero la espectativa es un vale por lo que haya de venir. Una de las cosas buenas que tenemos los españoles es la de sabernos elevarnos sobre lo extraordinario y echarnos por montera lo cotidiano. Siempre escampa. Seguramente sea porque la historia española siempre se ha desarrollado en lo anormal. Ha ido sucediendo entre acontecimientos sobrevenidos; lo habitual, lo frecuente era lo formidable. Expulsiones de moriscos, de judíos, de rojos, de nacionales, de los de enmedio, guerras por invasiones, por ideas, por quítame allí esas pajas... Emigraciones extraordinarias a un nuevo mundo, hambrunas, catástrofes... Se puede contar todo como los hitos de una historia algo errática, si es que la historia lo es, que seguramente lo sea. Así que, si se va saliendo de las cosas, mejor celebrarlas. Toda esta introducción viene a que se nos ha echado el buen tiempo y se nos va viniendo el verano encima. Y ya sabemos que el verano casa mal con las preocupaciones. Pero las que tenemos encima no son pocas. España, que es un país, ya y de nuevo, del primer mundo, de los que no cortan el bacalao, pero lo comen, se encuentra en mitad de un cambio que no sabemos por dónde va a salir. La primavera siempre se ha usado metafóricamente como el despertar de un nuevo y esperanzado mundo. El mundo árabe tuvo su primavera no hace mucho; Praga y parte del mundo soviético tuvo la suya. Y España está necesitando una propia. No parecen los gobernantes de la cosa pública muy enterados de ello. Se piensan que el español medio lo que está pidiendo es vacación y tapas, pan y circo. Pero no creo que vayan muy acertados. Posiblemente sea esta la primera ocasión en nuestra historia en que la sociedad, así, en general, está mucho más preparada que sus gobernantes; más dispuesta a tomar decisiones propias más allá de lo que aconsejen las necesidades políticas. Y eso es inédito aquí. Engordar los currícula, por ello, se ha vuelto indispensable y, por ello también, genera los problemas que se están dando con tesis doctorales, másteres y otros papeles. Y en ese escenario inédito, en el que una sociedad (no un pueblo, eso no existe), alcanza un cierto estatus intelectual, nadie puede acertar por dónde van a salir las cosas. No creo en la idea de una sociedad polarizada; no veo yo que los graves problemas que tenemos estén enfrentándonos más allá de lo habitual. lo que está extremado es el discurso político, la dialéctica de las ideologías. Hay gente en España que suspira por una Merkel o un Biden o por un Draghi. Y parece quererlo encontrar cada vez que hay una voz nueva. Es la polución de vida de la primavera. El exceso de polen, la generosidad de la primavera. Quien más quien menos, todos la esperamos en uno u otro lado. No es extremismo, ni polarización: son las ganas de salir de todo que se han visto alimentadas por la analogía de la pandemia. Ganas de primavera y de buenos augurios. Y este país está necesitándola como agua de mayo. No es polarización. Al final, todos hablamos de lo mismo, estemos donde estemos. Como Azorín.