Fernando Romera

El viento en la lumbre

Fernando Romera


Generosidad de estado

12/01/2021

Decía el otro día Zapatero que la democracia tenía que ser generosa. Es una hermosa frase, llena de bondad y buenos deseos para un país. Pero viene con ciertas connotaciones que quieren escapársenos al común de los mortales. Sí; toda democracia ha de ser generosa, pero no únicamente con los acólitos. Lo decía Rodríguez Zapatero en referencia a eso que hemos llamado «políticos presos» catalanes. Que se ande pensando en indultar a los presos del «proces» es una cuestión política que nos puede gustar o no. El problema no viene de ahí, sino del particular significado que le otorga a la palabra «generosidad» Rodríguez Zapatero y, seguramente, este gobierno. Al tiempo que se busca indultar a Romeva, Junqueras y compañía, se tiene a don Juan Carlos de Borbón en las condiciones que se encuentra, dejado de la mano del gobierno y a miles de kilómetros de casa. No sé si Zapatero entiende la relación especial que existe entre la generosidad y la responsabilidad; creo, sinceramente, que sí. La generosidad lo es cuando viene acompañada de una altura moral que procede de la bondad, la ecuanimidad, la sabiduría, la justicia y otras virtudes que hoy a parte de la política le parecen importar poco. La generosidad no se puede repartir a diestro, pero sí a siniestro, o viceversa; una democracia no puede ser generosa de lado; eso, en jerga, es ser rumboso o, como mucho, desprendido. Guste o no, Juan Carlos de Borbón fue un buen rey. Y en el ámbito de los borbones, un rey extraordinario. Nos proporcionó a los españoles una transición que muchos, torticeramente, quieren ver como el origen de un régimen. Nos dio a uno de los mejores presidentes de gobierno que ha tenido España en su historia, que fue Adolfo Suárez. Y, por si fuera poco, renovó la corona y la convirtió en una verdadera monarquía parlamentaria, con todas las de la ley. Esto no es difícil de obviar. Es cierto que ha hecho fortuna y está por ver cómo. Lo que pasa es que este país es todo lo cainita que puede ser un país. Recordemos que se apladió en Fernando VII la vuelta del peor rey que ha tenido España. Recordemos que Amadeo de Saboya era tratado de imbécil por parte del ejército y que el pobre hombre se marchó de España diciendo que era un país ingobernable. Juan de Borbón quiso volver a España y el propio Franco le puso otra vez de patitas en el exilio en el mismo año 36. Después, don Juan, no vio ayuda internacional por ninguna parte porque el régimen ya buscó para sí esa ayuda. Lo cierto es que yo no entiendo cómo todavía le queda a un sólo monarca la mínima gana de reinar en este país. Si algún día llega la república será, necesariamente, por falta de candidatos. Decía arriba que Rodríguez Zapatero reclamaba la generosidad del sistema democrático. Yo creo en esas cosas de la generosidad, aunque no se lleve. Incluso creo en otras virtudes, como la de la caridad, que se lleva menos aún. Menos creo en la empatía, que es un engendro psicológico que me interesa más bien poco. Pero me parece poco propio de un estado generoso repartir a un lado y volver la espalda al otro. A los presos del process se les juzgó y se les encarceló conforme a ley, se esté de acuerdo con ella o no. A don Juan Carlos ni siquiera se le ha juzgado. Estas derivas son muy preocupantes y tienen un componente icónico que parece escaparsele a la mayoría. Me explico: la fotografía del emérito sostenido por sus guardaespaldas se ha convertido en una imagen de la debilidad de la monarquía, más que una llamada a la condescendencia del país. Es la caída de un Rey y el músculo de una ideología. ¿Dónde está la generosidad del Estado? Le pese a quien le pese, la figura de aquel rey, hoy sostenido entre dos de los suyos, fue la de una España que despegó desde un régimen (ese sí) que pocos españoles querían ya y lo llevó a ser la referencia democrática de medio mundo. No sé quién ha filtrado esa fotografía, pero estoy seguro de que no han sido los propios. O a lo mejor es que esta democracia que dimos, según parece, está con la crisis de los cincuenta. Mientras tanto, es de lógica, creo, que, si se habla de generosidad, se haga desde su significado, no desde la parcialidad. No es una cuestión de ideología, sino de pura humanidad y, al menos, de reconocimiento, si es que no estamos dispuestos a dar las gracias.