Gerardo L. Martín González

El cimorro

Gerardo L. Martín González


Las líneas rojas del bienestar

04/04/2023

Hace años hubo una canción muy popular que decía, poco mas o menos: «Todos queremos más, todos queremos más, todos queremos más y más y más y mucho más» «el que tiene un peso, quiere tener dos, el que tiene cinco, quiere tener diez, el que tiene veinte, busca los cuarenta, y el de los cincuenta, quiere tener cien» «La vida es interés. El mundo es ambición, pero no hay que olvidarse, que uno tiene un corazón». No hay duda que el que la escribió, conocía al ser humano, y dejaba una salida al egoísmo, se supone, con un corazón menos egoísta. Solo es necesario echar una ojeada a tantas noticias de manifestaciones, reclamaciones, paros, follones, de gente que reclama mejoras salariales o de trabajo, porque lo que tiene le parce insuficiente o es injusto. Y no dejemos de vista esas manifestaciones callejeras e incendiarias que se están produciendo en Francia, porque el Gobierno se empeña en que trabajen dos añitos mas, antes de jubilarse, pasar de la cifra de 62 años, a la de 64; es decir, perder algo guay que tenían ya consolidado, y que ahora han dicho que no puede ser. Si lo comparamos con lo que sucede en España, que la jubilación será a los 67 años, y según los años de cotización, ¡no sé de qué se quejan los franceses! El caso es que, el que se acostumbra a una medida estupenda y legal, durante años, que se lo cambien ahora, debe sentar muy mal, porque nadie quiere perder, y si tener mas y mas, como la canción. 
Pero el meollo de la cuestión es querer mantener un sistema, que es insostenible. Cuando la vida se prolonga hasta los noventa años o mas, resulta que se vivirá mas de la mitad de la probable existencia, sin dar golpe, pero sí cobrando del Estado, y si se puede, ir ampliando su paga con manifestaciones y reclamaciones, para que el nivel de vida no baje, ya que deberá estar sujeto al coste de la vida en cada momento, a un IPC variable y creciente, en este llamado estado del bienestar, que parece ser que no tiene límite. Si razonamos un poco, sin ningún interés político, el actual sistema y con sus reformas, se basa en un simple reparto, de manera que la cuenta con la se pagan las pensiones, se nutre de las aportaciones que hagan los trabajadores en activo en ese momento. Si el coste de pensiones es superior a las aportaciones, porque además el número de pensionistas va creciendo, mientras que trabajadores en activo, por múltiples razones, va a menos, el sistema quiebra, y la cuenta de la Seguridad de Pensiones y sus reservas ahorradas en tiempos mejores, irán despareciendo. Pero tranquilos, pensionistas, pues el déficit lo absorberá el Estado, aunque para ello se retraiga de algunas partidas de los Presupuestos Generales. Para que no se note mucho que estamos gastando lo que no tenemos, se recurre a la emisión de Deuda Pública, deudas que habrá que pagar y con intereses, o se suben los impuestos, aunque esto es mas impopular, por lo que la Deuda es la tabla de salvación. Pero ¿hasta cuándo? Cuando ya tenemos una deuda de un billón, con «b», que representa el 115 % del PIB, cuando la cifra recomendada por los economistas mundiales, no debería pasar del 60%, España se coloca entre los países mas endeudados de este planeta. ¿Es esto bueno? Para los que estamos viviendo ahora, apenas se nota, tal vez lo noten unos mas que otros, como siempre, ya que nuestros gobiernos procuran que así sea, porque viven al día solo por mantenerse en esos ideales políticos de cambiar el mundo, y nuestras vidas, y ser dueños de nuestras voluntades, con leyes, muchas absurdas o innecesarias, Pero ¿Qué ocurrirá en un futuro, no muy lejano? Que esto no hay quien lo mantenga, y nuestros hijos y nietos verán las consecuencias, el empobrecimiento y una bajada en el estado del bienestar, porque habrá menos financiación para sanidad, para educación, para seguridad, para el ocio, para servicios sociales, para inversiones necesarias, y para tantas cosas de las que ahora disfrutamos. Las líneas rojas se imponen, o nos las impondrán, por vivir por encima de nuestras posibilidades y querencias, que como en el cuento de la lechera, hasta que se rompa el cántaro.
Quede este pensamiento para estos días de Semana Santa, sin ningún pesimismo, sino con un realismo que se impone, y pensemos si no hemos estrujado por exceso y con gran rapidez, las posibilidades de este planeta, su naturaleza y bienes, tan buenos y necesarios, por un ansia desmedida de bienestar material que tal vez venga de una pobreza espiritual, para algunos tonterías, solo porque el progreso, y la ciencia lo permiten, y a lo que no se renuncia ni se pone ninguna línea roja, pues todo se deja para un mañana, donde ellos, y los que nos gobiernan, y nosotros con una aceptación borreguil de un bienestar sin límites, ya no estaremos, pero que habremos dejado a esas generaciones futuras, una tierra exhausta y empobrecida, y una peligrosa alineación mental. Estos días son propios de una meditación en algo mas trascendente, mas universal, mas invariable, mas justo, mas amoroso, mas feliz con otras cosas inmateriales, que exige la visión del creyente y practicante.