Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Recuerdos

14/03/2021

Recuerdo cuando tenía que dar excusas para poder quedarme en casa un fin de semana. Las visitas exprés a Madrid: los aromas tan distintos de tiendas y museos; pararme despacio delante de un cuadro, rodeada de gente. Poder planificar cuándo vería una exposición. Recuerdo la danza, los conciertos, el Rock’n’Roll. Recuerdo las escapadas de fin de semana, el disfrute de esos días robados, los puentes cuando podía correr al norte, a ver el Cantábrico y el verde, a recargar las pilas de viento del norte y de bravura del mar, los viajes.
Recuerdo cuando podía celebrar las fechas importantes o simplemente una cena un sábado por la noche. Ver a los amigos, compartir, disfrutar. Jugar con los peques de los amigos, poder coger a los bebés en brazos. Comer los domingos con mis abuelos, ir a verlos por cualquier motivo. Recuerdo las presentaciones de libros, las actividades de La Sombra del Ciprés. Ir a la peluquería con una amiga, vestirme con tiempo, estar con la gente, hacernos fotos, cenar todos juntos. Recuerdo los abrazos de los niños, los cafés a media mañana. Recuerdo cómo era la vida hasta hace un año.
Pero también recuerdo las excusas que me di cuando empecé a sentirme mal, la sensación de incredulidad cuando apareció la fiebre. El autoengaño: esto no es nada. Las horas esperando que llamara el médico, ya encerrada en mi habitación. Los temblores. El miedo. La falta de consuelo porque estaba sola. Recuerdo la compulsión de lavarme las manos, las heridas y los hematomas que aún se pueden ver. Los ahogos, no sé si por ansiedad o por enfermedad. El miedo a contagiar, a no saber cuánto tiempo tendría que estar encerrada y aislada. Recuerdo las videollamadas fingiendo que todo iba bien. El alivio transcurridas las primeras 48, pues aún pensábamos que era el periodo crítico, pero que duró poco, porque después, mi madre cayó también. Recuerdo que conseguí mantener la calma porque me lo pidió ella para poder estar bien. Me costó menos porque, en realidad, estaba tan cansada que no tenía fuerza para nada. Quedarme dormida en cualquier momento. Recuerdo el agobio cuando me ahogaba en mi propia tos y, aún siendo asmática severa, solo me decían por teléfono que sacase la cabeza por la ventana para respirar aire puro. Al neumólogo, tres meses después de que empezara la fiebre diciéndome que había tenido suerte, pero que me tenía que volver a confinar porque, aunque solo tuviera cansancio y tos, además del asma descontrolado, seguía siendo positivo. Las dificultades para conseguir la PCR y la espera.
Hoy hace un año del primer estado de alarma, de mis primeros síntomas, de que el mundo cambiara de golpe. Y, con todo, soy muy afortunada, porque solo he estado mala en casa. No he tenido pérdidas ni he sentido la angustia de tener a nadie cercano ingresado, y habiendo pasado por lo que pasé, no quiero ni pensar cómo tiene que ser. Pero recuerdo bien lo que viví. Sueño con mi vida de hace un año, pero no intento vivirla ahora, porque sé lo que me juego. Como cada vez va quedando menos, sueño con que, cuando vuelva la vida anterior, será aún mejor, porque habremos aprendido algo. Pero los recuerdos son solo recuerdos, al igual que los sueños, sueños son.