Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Camelia sobre musgo

08/01/2022

2 de enero de 2022. Después de casi un mes de descanso porque el día de Navidad no hay prensa, me siento con el ordenador para escribir mi próximo artículo para Diario de Ávila. Y me cuesta mucho más que otras veces. Parece ser que la pausa me ha sentado mal. Se me ocurren muchos temas sobre los que hablar, pero ninguno me convence. Lo que me apetece en realidad es ponerme a escribir sobre lo que me rodea: las montañas azules, los Picos Europa imponentemente nevados al fondo, entre la bruma. Del prado verde atravesado por un regato tras las lluvias torrenciales de diciembre. De que la camelia tiene dos flores y de que llevo casi dos años sin verla en flor: desde el 25 de febrero de 2020. 
Mientras los pájaros pian a mi alrededor y los frutos del eucalipto caen a intervalos regulares con sonoros golpes, que me hacen agradecer no estar cerca, recuerdo cuando a principios del año pasado, soñaba de camino al trabajo con los prados verdes dorados al amanecer y bañados en rocío. El mar se me antojaba un tesoro prohibido mientras una y otra vez pensaba en la camelia. Miraba al norte, imaginando que a algo más de 300 kilómetros de Ávila ya estaría echando sus primeras flores. Los pequeños pimpollos rosas se irían abriendo y cubriendo poco a poco el despeinado y mal podado arbusto, que en su salvajismo llenaría de belleza el prado cántabro. Fucsia sobre verde. Recordaba el libro La Elegancia del Erizo, donde usaba la expresión camelia sobre musgo para hablar de la hermosura de las pequeñas cosas y del amor. Y soñando con mi arbusto florido me amparaba en esa imagen para pensar en tiempos mejores. 
Un año después escribo de frente a él, viendo una de sus flores rosas sobre el prado esmeralda, bañada por un tímido rayo de luz de la mañana. Y realmente no se me ocurre una mejor definición de la belleza de las pequeñas cosas. Año tras año, siempre en las mismas fechas, la imagen se repetirá, la veamos o no. No cambiará mientras todo lo demás se transforma a nuestro alrededor. Mientras la naturaleza resiste, esperamos que vuelva una normalidad que es poco probable que sea como era hace dos años, sin darnos cuenta de que igual somos nosotros lo que tenemos que cambiar.
Los sociólogos dicen que tardaremos años en saber cómo ha cambiado la pandemia a la humanidad, pero yo solo veo un mundo que mete la cabeza en el suelo, cual avestruz, mientras intenta fingir que no ha pasado nada y seguir adelante. Falta reflexión, asimilación y, lo que es más importante, pensamiento de futuro. Carecemos de perspectivas de reconstrucción basada en los tiempos que vivimos, nos conformamos con una huida mundial hacia adelante, esperando que todo vuelva a ser igual. 
Puede que sea puro bucolismo de una mañana de enero, el optimismo del año nuevo,  igual es mera esperanza navideña y, sí, mi capacidad de creer en utopias, pero veo ante nosotros una nueva posibilidad; de cambio, de crecimiento y de mejora. De aceptación de aquello que es variable y de respeto y convivencia con lo permanente. De llenar el mundo de camelias sobre el musgo de una vez por todas.

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