Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Fantasía

23/05/2021

En diciembre hará veinte años del estreno de las películas de El Señor de los Anillos y, para celebrarlo, han vuelto a los cines volviendo a ser número uno en taquilla, pues parece que los años no han pasado por ella. Que El Señor de los Anillos siga vigente setenta años después de su publicación no debería sorprender, ya que dentro de otros tantos seguirá siéndolo. Los clásicos son aquellos libros que siempre tienen un mensaje que transmitirnos y esta obra lo tiene. No solo eso, va más allá: al igual que Alicia en el País de las Maravillas, es una obra que crece, que cambia según vas madurando y en cada relectura (o visionado) evoluciona de acuerdo con el momento vital y el bagaje personal del lector. Pero el problema que tiene tan magna trilogía literaria es evidente: se trata una obra fantástica, y este género literario suele ser denostado y se lo tiene por menor. Contaba el otro día en la radio un doctor en literatura que su tesis doctoral era un interpretación de El Señor de los Anillos desde la Poética de Aristóteles y que tuvo que llevar a cabo una complicada defensa, que hubiera sido innecesaria si hubiera estudiado a Cervantes, y que todavía hoy sigue teniendo que defenderla cuando explica el tema a cualquier persona, como muestra de lo poco en serio que se toma este género.
Pese a que en su definición solo se destaca que en este tipo de obras hay elementos inventados y poco realistas, la fantasía generalmente usa estos recursos para abordar un tema mucho más complicado: la lucha del bien y el mal, aunque igual nada es más realista que esto. El Señor de los Anillos, Harry Potter, Dune o Star Wars (aunque no sea una saga literaria) son fábulas que nos presentan todas las caras del mal de una manera más compleja que cualquier otro tipo de obra. Estas sagas son muy largas y explican todos los matices que podemos encontrar en la vida; la maldad esta presente en cualquier lugar en un momento dado aunque  podemos encontrar momentos de bondad en el mal más profundo. Ahondan en lo más fuerte del dolor, en el mal por el mal, pero también en la redención. Muestran a las personas con toda una escala de grises que no encontramos en otro tipo de textos. Las obras fantásticas son claras en su propuesta para vencer el mal: familia y amistad, el amor, en definitiva.
Usar la fantasía para explicar la vida no es algo nuevo: los cuentos de hadas llevan siglos haciéndolo. Aunque en la actualidad haya cierta tendencia a criticarlos por sus personajes cliché y roles de género, fruto del tiempo en que se escribieron, estas narraciones apelan a todo aquello que preocupa a los niños al comienzo de su infancia de una manera segura, ayudándolos a ganar confianza y a madurar, por lo que no hay que menospreciar su valor pedagógico. Las novelas fantásticas se nutren de estas resonancias para ahondar en temas tan complejos que, si no abordásemos de una manera «poco realista» su lectura podría ser muy pesada y poco abarcable.
Concluyo volviendo a El Señor de los Anillos, que ha vuelto en el momento justo en el que todos necesitamos los consejos de Tolkien en la voz de sus personajes. Y es que como dice Gandalf, «un mago nunca llega tarde, (…), ni pronto. Llega exactamente cuando se lo propone».