Pilar Álvarez

Lo social

Pilar Álvarez


El hijo de mi madre no deja allí a un compañero

15/03/2023

Creo que es el momento de rendir un homenaje colectivo a unas personas que han dejado su legado, su huella anónima, y su anónima vida, en las minas de nuestro país. 
Aún corría un buen caudal de agua pero ya clareando, el capataz, hombre experto y cauto, que en su juventud había sido rampero, carruchero en la mina de nivel, y picadero, alternó el trabajo con sus estudios, pide esperar un poco. Pero ante el peligro y la tragedia del compañero siniestrado, una voz retumba en la oscuridad, ¡el hijo de la mía va contigo! Sabedores de que un nuevo alud estaría presente, empezaron a pisar la enlodada galería sabedora de que el cuerpo del compañero estaba en la propia galería. Mientras, removía una y otra vez el fango, caminando unas veces a la izquierda, otras a la derecha. Calose a lo minado y matose un picador, barrido por una bolas de agua que reventó.
Cuando el gas xibla, el oído debe estar pegado al testero, el carbón se escapa por miles y miles de ranuras invisibles ¡menudo ruxir! Como escape de viento a presión, entonces hay que dar suela a la salida. ¡Ta xiblando el gas!  Las tormentas de la noche con fuerte vendaval pueden dar origen a cualquier circuito, y con ello, el riesgo de un incendio del transformador, esto supone un paro general en la mina, curiosamente por falta de aire, entonces el personal se agrupa en ocasiones en el tendejón, caldeado e iluminado por alegre hoguera, la tertulia en ocasiones versa sobre los accidentes mortales que se originan en la mina, como también los temas familiares.
Recuerdo en mi época de  adolescente la primera vez que bajé en lo que me dijeron entonces «la jaula»  llevando la comida del mediodía a un familiar, esa experiencia de separación de tierra firme, a tierra de oscuridad, jamás se me olvidará. Desde entonces nació en mí una sensibilidad especial por los mineros, personas nobles… donde los defectos se comparten, así como los temas familiares y personales se superan sin agravios, ni rencores, yo diría que la palabra ¡Compañeros! dentro de la minería debe escribirse con Mayúscula. En nuestra sociedad se habla mucho de hermandades, ésta pudiera ser una de ellas (opinión personal). No hay envidias, porque también en la minería existen jerarquías, las cuales se respetan con normalidad y admiración, ante  la competencia laboral, ascender a barrenista confiere la clase de minero de primera, picadores, posteadores, y entibadores…
Anteriormente la supervivencia del minero requería de la unión familiar, la colaboración de ésta era importante para superar el escaso ingreso del padre, que no garantizaba la subsistencia familiar; la madre, la única posibilidad de obtener recursos, dadas las condiciones de absoluta masculinización del mercado de trabajo minero, era el hospedaje de peones en la propia casa, así como realizar labores de servicios domésticos, y sobre todo «lavar para fuera».  Los posaderos pagaban cuatro pesetas por dormir y lavarles la ropa, luego la manutención aparte. Recuerdo como las mujeres en el río cribaban el carbón, separando aquellos trozos de un tamaño propio para su comercialización, o uso de su propia casa.  Mujeres todo el día con sus piernas dentro del agua, algunas de ellas pasaron por mi vida sin síntomas de dolores en sus huesos, generación longeva, llenas de afán de superación. Nada que ver con ciertos despropósitos de nuestras feministas representantes que se tienen que apoyar en insultos, y bajezas para ser oídas. La dignidad de nuestras predecesoras ha quedado en excelencia de reivindicaciones de ¡mujer¡