Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


De raíz

13/05/2023

¿Estaban ustedes la víspera de San Segundo en el Chico, viendo a Nuevo Mester de Juglaría? Si es así, y aquí alguna de mis lectoras habituales estará asintiendo, seguro que compartieron la magia de aquella velada. Ya no solo por la calidad musical de los segovianos y el repertorio por todos conocido; la tarde del lunes pasó de concierto a fiesta como en pocas ocasiones pasa. La jornada del primero de mayo, la plaza mayor de Ávila estaba llena. La gente cantaba y disfrutaba, pero también bailaba. El encanto fue más allá de la fiesta y la diversión, tuvo que ver con lo que nos cuenta: identidad y raíces, cultura compartida. 
Todos los conciertos suelen tener una conexión que trasciende a la música, que une a los asistentes y en este caso, lo que se celebraba era algo que no siempre tenemos presente: que venimos del mismo lugar y tenemos un pasado y un folclore común. El éxodo rural tuvo un efecto nefasto en la cultura popular. Por evitar una identificación con el pueblo de las personas que iban a las capitales, dejaban atrás estas tradiciones que, unidas al surgimiento de la televisión, estuvieron a punto de hacer desaparecer nuestras músicas y danzas. Afortunadamente siempre hemos contado con gente que ha entregado su tiempo no solo a la recogida de estos, sino a su difusión y, en casos como el del Mester, a la puesta en valor desde el disfrute y la fiesta. Los integrantes de la banda segoviana, lejos de molestarse porque hubiera otro foco de atención, animaban a los asistentes a unirse a la danza. Gente de diversas edades, que no siempre nos conocíamos, bailábamos juntos, nos sonreíamos y disfrutábamos. Los pocos niños que había empezaban bailando a lo loco, hasta que alguien les enseñaba cómo hacerlo bien y ponían toda su atención en ello. Pero, mientras veía el goteo de gente y me unía a él, no dejaban de saltar las alarmas en mi cabeza. La media de edad del concierto era alta y aunque había gente joven y niños, no los suficientes. 
En términos musicales, el folk sigue vivo. Por un lado, la buena música es atemporal y trasciende a las modas. Por otro, hay cantantes y bandas que se dedican al género, que continúan con la tradición. También hay grupos de danza muy activos y hasta se ha propuesto la jota como candidata a Patrimonio Inmaterial de la UNESCO, por lo que el futuro inmediato parece garantizado. Pero temo que la cultura del pueblo, si queda a expensas de quienes se dedican a ella, sin que la gente conozca las canciones y sepa bailarlas, aunque sea malamente, la fiesta que genera y todo lo que representa desaparecerá y ocurrirá con ella como con tantos otros aspectos de la cultura: quedará relegados a una minoría. Si no enseñamos quienes somos través de nuestras tradiciones, dejaremos de ser y perderemos nuestra propia esencia. Y será una pérdida más para la sociedad. Como hablar con cortesía a los demás. O ser agradecidos con la gente que lo merece. O el respeto al rival. O cultivar la paciencia frente a la inmediatez que parece ser obligatoria. O que nuestros representantes electos sean modélicos en el trato entre ellos y hacia los demás, independientemente de sus ideas. Será otra muestra más del declive en valores que estamos viviendo. Y, lo peor de todo, es que cuando perdemos de vista quienes somos la manera de recuperarnos es volver a nuestras raíces.