Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Cuando todo esto pase

25/10/2020

El otro día, al llegar al colegio, me dijeron que una niña de infantil se había aprendido una canción que me gusta. Cuando la pedí que me la cantase, me miró muy seria y me dijo: «cuando todo esto pase» y se fue tan contenta, dando saltitos. Y aunque no era la primera vez que oía estas cuatro palabras en labios de un niño, el desparpajo de la pequeña me dejó pensando en lo rápido que nos habíamos aprendido la excusa perfecta para cualquier situación en estos días. 
En ese instante me dio la sensación de que lo estamos posponiendo todo hasta que la situación del mundo sea mejor y la emergencia sanitaria se haya acabado, como si de un día para otro fuera a acabar y pudiéramos retomar la vida donde la dejamos a finales de 2019. Como si la pandemia global que hemos vivido no fuera a dejarnos marca. En general, preferimos seguir adelante: actuar como si nada estuviera pasando, con los peligros que esto reporta para la sociedad, o dejarlo todo para un futuro incierto que creemos cercano, pero que en realidad no sabemos cuándo va a llegar. Mientras tanto, nos dejamos dominar por el mal humor y la ira. Mires donde mires, los nervios están crispados. El cansancio, la inquietud, la ausencia de un final visible, la negación, la omisión de nuestras propias emociones o la facilidad de escudarnos en ellas sin intentar controlarlas. En lugar de adaptarnos, preferimos esperar a que el futuro vuelva a ser como el pasado, sin reflexionar que, si ahora estamos así, es en parte porque había algo que no funcionaba. Este momento, sin embargo, con toda su crudeza, se presta a buscar nuevas oportunidades y a reinventarse. A empezar a pensar cómo queremos que sea ese futuro que tanto anhelamos, sabiendo que algo tan pequeño como un virus puede cambiar aquello que hemos construido durante mucho tiempo.
Pero también es el momento de vivir el presente. El pasado no nos sirve, porque ya terminó, el futuro no ha llegado ni sabemos cómo será. Aprovechar el tiempo que estamos viviendo y encontrar nuevas maneras de llevar una vida lo más realizada posible, evitando añorar lo que pasó y sin proyectar todas nuestras esperanzas en lo que vendrá. No se trata solo de vivir el presente, sino de vivir en el presente: no podemos olvidar nuestra responsabilidad social, puesto que de esta depende el bienestar de todos. Limitar contactos, encontrar nuevas maneras de relacionarnos, intentar seguir viviendo: en definitiva, buscar la felicidad aun cuando todo parece oscuro y complicado.
Es difícil encontrar alguien que no haya pasado por momentos duros a lo largo de este año. Convivimos a diario con la enfermedad y la muerte, el recordatorio de que el hombre no está por encima de esa naturaleza que ha querido dominar. Y, sin embargo, también siguen pasando cosas buenas todos los días. Solo hay que fijarse bien, ponerlas en valor y aprovecharlas, si algo hemos visto es la fragilidad de la vida y la imposibilidad de volver al pasado. Aprender a vivir de nuevo. Buscar que cada día cuente, como decían en Titanic. Coged las rosas mientras podáis, declamaban en El Club de los Poetas Muertos. El Carpe Diem romano. O, simplemente,  no suspender la vida «hasta que todo esto pase».