Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Mi morada y mi castillo interior

15/10/2022

Ávila, mi morada, mi castillo interior. Fuente de belleza que me permitió tomar la pluma para explorar mi alma y descubrir los cuidados que requiere, que son la clave de la felicidad cotidiana, el valor de aquello que por frecuente pasamos inadvertido, pero cuya resonancia en nuestro interior es tan fuerte que es capaz de trascender lo profano y convertirse en sagrado. 
Ya desde bien joven fui cautivada por los libros, encontrando en ellos el escudo perfecto con que librar mis batallas, muchas a lo largo de mi vida, que extrañaron, escandalizaron y que hacen que hoy me sigáis viendo moderna: empoderada me llaman ahora, cuando valoran mis luchas, emprendidas apenas con una pluma vieja y la lengua hecha pedazos. Desde pequeña me sedujeron las letras, pues sabía que  «Lee y conducirás, no leas y serás conducido». Que cada palabra es preciosa, para lo que has de contar pero también para lo que hay que callar. Letraherida me han llamado, y con gran placer retomo esta pasión hoy, tras un tiempo de inactividad para recordar cómo Ávila se me metió en el espíritu, y sus pequeños placeres elevaron mis escritos. 
«Recuerda que tienes una sola alma; que tienes una sola muerte para morir; que tienes una sola vida». Cuidar ese alma, vivir esa vida, dar gracias por nuestras bendiciones, apreciar aquello que tan cerca nos queda y que pasa inadvertido por percibirlo con frecuencia. El placer de cruzar un arco de la muralla: dentro y fuera cada día, piedras doradas bajo el sol para trabajar, comprar o estudiar, encontrarse la inmortalidad apenas pones un pie fuera de casa. El mismo placer que se siente al andar por las calles del centro de noche, que recrean mis tiempos, mis pasos y vida, un instante de la eternidad detenido en el tiempo, como un atardecer coloreado. Ese cielo azul infinito, elevado que encumbraba mi poesía, que en las noches brilla con las estrellas y en las tormentas acecha el universo. El cielo de Ávila, «…una sencilla mirada al cielo…». Las iglesias, serenas, calmadas, tan tranquilas como la ciudad, innumerables para poder visitarlas. Pero también los bares, llenos de bullicio y alegría a cualquier hora del día, con sus ricas comidas y es que «también entre los pucheros anda Dios». Andar de nuevo, siempre andar, nada me gustaba tanto. Llegar a Ávila y ver la muralla, protegiendo la ciudad, la Sierra detrás, protegiendo el alma, sobrecogerse ante la obra de Dios, disfrutar de la obra del hombre. Andar y encontrar, encontrarte a ti misma, encontrar a los demás. Nada hay como un paseo por mi ciudad para ver a tanta gente conocida, con la que te has cruzado toda la vida. Saludar, pararse a hablar. Apreciar los cambios de estación, los brotes de la primavera besando los prunos, los rosales que anuncian el verano, ese momento en el que el sol de la mañana cae en un parque en otoño y el marrón torna dorado tiñendo también tu alma, el final del camino con una chimenea y una manta en invierno mientras afuera nieva. 
Placeres de mi tierra, que parecen profanos, pero que sin embargo dan sentido a la existencia y alzan nuestra alma al total de su existencia. Mística pura. Como saber que, en tu hogar, te recuerdan cada 15 de octubre. Tu lucha, tu palabra, tu pluma. «De Ávila ni el polvo». Pero en Ávila, mi eternidad.
 

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