José Ramón García Hernández

Con la misma temperatura

José Ramón García Hernández


En el dique seco

22/01/2023

Para los valientes y los osados, los destrozos de la vida se reparan en alta mar. Sin embargo, esta afortunada expresión del dique parece llevarnos más allá, a aquellas naves que han podido regresar a puerto, que han podido cumplir con todo lo que se les ha encomendado, que podrían estar décadas contando todas las historias, mares, marineros y sirenas que han encontrado en su larga travesía. 
Sirve para los que se dejan querer mientras se les repara, y que tienen la paciencia disfrazada de impaciencia para poder volver a navegar, aunque sea un aviso de que la vida útil se le está acortando. Sirve en definitiva para no sentir vergüenza mientras se pliegan las velas; y el ancla de los principios no necesita buscar el suelo para que el resto de la nave no zozobre. 
Por eso estas naves no aguantan cualquier viento que sopla ni las historias de tabernas que les quieren hacer creer que en tal o cual mar, las riquezas son más profundas. Ya lo saben. En el fondo todos sabemos lo que encontramos al final en viajes y singladuras que ya hemos emprendido. Podemos pasear por los mismos caminos, por el simple placer de la conversación, la compañía y de la caminata. Y ya está. Las conversaciones sobre las provisiones útiles, sobre los defectos de tal camarada, o en la marina esta expresión superflua sobre "el mal menor" para cuando uno quiere justificar desde lo injustificable a cualquier decisión precipitada o que no tendría sentido fuera de una nave en un mar de tormenta, no valen para la vida real, esa que vivimos todos con los nuestros. Aquí todo se asemeja más a lo que sirve para ir tirando día a día.
A algunas naves, principalmente las que se reflejan en su propio mar y se ven lustrosas y se gustan mucho, a veces, este paso por el dique seco es algo forzado y no querido. De nuevo la verdadera humildad consiste en aceptar mucho de los demás sobre nosotros, y que esa proa o nombre hiperbólico que llevamos a gala se erosione un poco. La verdadera humildad se aprende siempre con la ayuda de los demás, para eso somos humanos y sociales. Por eso todavía no me encontrado con ningún barco, que aunque sea precioso, se llame Narciso. El mar no permite tonterías y las tolera a regañadientes.
Tampoco me llega el rumor de ninguna taberna en la que los viejos marineros les avisen a los jóvenes ¡cuidado con el viaje! Suelen ser los más jóvenes, incluso entre los viejos, los que animan a todos a asomarse a la ventana del "mal menor", porque es un criterio tan sencillo que no necesita aprendizaje ni temple moral. A veces los viejos con tatuajes postizos o calcamonías son lo peor de lo peor, y van y te escupen "vale más lo viejo conocido que lo bueno por conocer". Para salir corriendo incluso los que cojeamos por momentos. Los cantos de sirena siempre se disfrazan de lo sublime, de los melodiosos acordes, de la más aturdidora belleza, del atronador poder que otorga el dinero y el conocimiento, solo reservado para los que se atreven a enrolarse en una tripulación y por lo tanto dejar de lado lo que son por la marinería a la que pertenecen, como si consintiera en un pacto de sangre con el malote que no se puede deshacer. Por eso Ulises de Itaca, que se las sabía todas, se ataba al mástil. Precisamente para no caer en la tentación, porque amigos, de la tentación no te libra nadie. E incluso para el sabio irlandés decía que la única forma que conocía de evitar la tentación era caer siempre en ella. Así se las gastaba Oscar Wilde.
No todo lo que es movimiento se mueve. Piensen en Galileo que tuvo que pisar fuerte la tierra para ver si esta gritaba. Durante siglos, los seres humanos pensaban que era el Sol el que se movía. Todo para ser centros del universo, sin sospechar lo que nos espera delante de nosotros mismos, que va a tener mucho que ver cómo nos reparamos, nos preparamos y entrenamos, porque nuestro criterio, que no opinión, es lo único que puede volvernos de verdad únicos, que es en el fondo para lo que hemos sido creados. 

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