Gonzalo M. González de Vega y Pomar

En mi azotea

Gonzalo M. González de Vega y Pomar


Hasta siempre, Siervas de María

12/11/2022

Con sorpresa y también, por qué no decirlo, tristeza conocíamos anteayer de la próxima marcha de las siete hermanas Siervas de María de nuestra Ciudad y el consiguiente cierre del palacio de Los Almarza, que es su casa desde 1890, aunque llegaran a Ávila en 1884.
En ese año el hoy beato y entonces obispo de Ávila, Ciriaco Sancha y Hervás –promotor en Cuba de la Congregación Hermanas de los pobres inválidos y niños pobres– que conocía a la fundadora de las Siervas de María, la llamó «a toda prisa y sin provisiones» para que se establecieran en la Ciudad de Santa Teresa y comenzaran su andadura como Comunidad sirviendo a los enfermos en el seno de la familia. La contestación fue positiva y a los pocos días se presentaron aquí la Madre Soledad Torres Acosta –canonizada en 1970 por Pablo VI– y otras tres monjas a las que hospedó en el palacio episcopal, fue presentando a distintas personalidades y gentes de Ávila para que las conocieran y acogieran, hasta que encontraran una casa y reunieran lo imprescindible. Desde allí se trasladaron a la plaza de la Catedral número seis, para más tarde hacerlo a la calle Pescadería (hoy Tomás Luis de Victoria) y luego a la calle Estrada, 2. Casas que no disponían de las condiciones adecuadas para una Comunidad y en 1890 se lanzaron a comprar un ruinoso palacio en la calle de los Cepedas (hoy Madre Soledad), que, poco a poco, fueron acondicionando para en él vivir en comunidad.
Ciento treinta y ocho años de convivencia Siervas-abulenses durante los cuales ha sido familiar y emotivo a varias generaciones ver cómo las trescientas setenta hermanas enfermeras o auxiliares, que han pasado por el convento –nunca más de quince había en la Comunidad– salían a las nueve de la noche para dirigirse a aquel domicilio donde solicitaron su presencia con el fin de atender y cuidar a una persona enferma, la mayoría grave, mientras sus familiares descansaban. Igualmente, se les veía entrar en habitaciones de los hospitales provincial, Nuestra Señora de Sonsoles y Santa Teresa, en los que había personas enfermas y a las que su compañía y consuelo les calmaba en todos los aspectos. Regresaban a las siete de la mañana. Así, día tras día, cayeran chuzos de punta, hubiera hielo y nieve o hiciera mucho calor, les daba igual. 
Siervas de María, que han dedicado gran parte de su vida al cuidado de esas personas de manera totalmente gratuita, aunque luego recibieran algún donativo para la Comunidad. Lo han hecho aquí en Ávila hasta que por la edad -cinco de ellas tienen ya más de ochenta años- su cuerpo se lo ha permitido y, desafortunadamente, por la falta de vocaciones al no encontrar relevos que realicen esta impagable y dura, pero muy loable labor. Ya, en 1915, las Siervas, por circunstancias diferentes, tuvieron que dejar de llevar a cabo su atención a los enfermos en el Hospital de San Miguel de la ciudad de Arévalo. En el caso del convento de Ávila, a la avanzada edad de la mayoría de las hermanas, se suma el deterioro que sufre buena parte del inmueble con unas condiciones poco dignas de habitabilidad. 
Las inquilinas del palacio de Los Almarza: hermanas Magdalena –priora–, Esperanza, Felisa, Isabel, Rosario, Milagros y Mildred (de Camerún) preparan sus maletas para marchar a distintos conventos. Una irá a La Coruña, otra a Palencia, dos a Valladolid y otra a Segovia. La superiora aún desconoce su nuevo destino y la camerunesa es probable se quede en Ávila hasta que acabe los estudios de enfermería que realiza en la UCAV para luego ejercer su labor desde cualquier otro convento de su Comunidad. 
Siervas de María ministras de los Enfermos que abandonan nuestra capital apenadas por cerrar la Casa y dejar aquí muchas amistades y colaboradores, pero con la satisfacción, algunas tras más de 25 años en Ávila, del continuo reconocimiento por su extraordinaria labor en favor de los enfermos. No volveremos a verlas por nuestras calles, tampoco a la puerta de su palacio-convento, ante el que, siempre, la imagen de Santa Teresa se volvía hacia ellas. Su marcha nos causa tristeza a muchos, quienes, les deseamos lo mejor y les decimos, hasta siempre Siervas de María.