Soraya García

Un guiño a lo nuestro

Soraya García


Duros desenlaces

10/02/2022

Escribo esta columna antes de que se sepa si Esther López, la joven desaparecida en Traspinedo más de 20 días y encontrada, finalmente, en una cuneta, ha fallecido por causa natural, violenta o accidental. No sé si en el momento en el que ustedes estén leyendo estas palabras ya se sabrá la causa de la muerte de Esther, pero mi intención es dejar eso a un lado. Quiero centrarme en el comportamiento, a mi modo de ver ejemplar, de los vecinos de este municipio de la provincia de Valladolid. 
Desde el minuto uno en que se conoció la noticia de la desaparición de la joven, los habitantes de esta localidad se han volcado en buscarla. Batida tras batida, al pie del cañón por encontrar a su vecina. Ha dado igual que saliesen sospechosos o ciertas noticias que pudieran tambalear a cualquiera, ellos no han cesado en su empeño en encontrar a Esther. De hecho, el sábado pasado fue un vecino el que encontró el cuerpo sin vida de esta joven de tan solo 35 años.  
Mi cabeza solo piensa en cómo unos padres, en este caso los de Esther López, pueden gestionar una noticia así. Cierto alivio por encontrarla, sí, pero el dolor más grande que se puede experimentar es la pérdida de un hijo. Días antes del hallazgo del cuerpo, el propio padre de Esther temía no encontrarla nunca. Pero sí, apareció de la forma más triste: sin vida, tirada junto a la carretera. Un dolor desgarrador para una familia que también muere por dentro, a pesar de estar viva en apariencia. Sin duda, el desenlace más desolador. La investigación que está realizando la Guardia Civil será la que haga encajar cada pieza del puzzle. Un puzzle en el que el pueblo de Traspinedo es protagonista y en el que sus vecinos intentarán poner la cordura que les ha caracterizado durante la búsqueda. 
A esos padres, tal y como dejaron claro ellos mismos en un comunicado, hay que dejarles que lloren la pérdida de Esther. La familia de la joven necesita tiempo para encajar esta terrible noticia. 
Y más lejos, en Marruecos, hay otros padres sumidos en el dolor por el fallecimiento de su pequeño Rayan. Todos hemos seguido el rescate a contrarreloj que se ha hecho para sacarle con vida de ese pozo de más de 30 metros de profundidad. Tras permanecer atrapado durante cinco días, todos los esfuerzos han sido infructuosos. Le vimos a través de una pantalla cómo bebía agua azucarada. Los ojos de esa madre viendo a su hijo aferrarse a la vida daban cierta esperanza para que, esta vez sí, este pequeño se pudiera salvar. Pero Rayan no pudo aguantar. Y no podíamos evitar acordarnos del pequeño Julen, que en enero de 2019 se precipitó a un pozo en Totalán, Málaga. El desenlace fue igual de triste. 
Tragedias de la crónica de sucesos que dejan marcadas muchas páginas de los periódicos y muchos minutos de radio y televisión. Pero no hay que olvidar que detrás de estas historias hay familias que quedan destruidas. El interés mediático es pasajero. Las familias de las víctimas son las que tendrán que lidiar con lo sucedido y aferrarse únicamente a los recuerdos. Y no, no hay palabras de consuelo. Ojalá pudiéramos retroceder en el tiempo para cambiar estas noticias que nos encogen el alma a todos. Que descansen en paz.