Carolina Ares

Escrito a tiza

Carolina Ares


Un monde qui s’illumine

10/12/2022

No me voy a quejar de las luces de Navidad. Ni a comentar que cada año adelantamos más el inicio de esta fiesta (que lo hacemos, y demasiado. Y a mi cada año me resulta más difícil esperar.) No me leeréis criticar lo típicas que son las películas navideñas ni las reediciones casi anuales de los clásicos de Navidad. No seré yo quien divague durante unos 3500 caracteres sobre cómo la decoración navideña, los regalos y demás tradiciones pseudopaganas integradas en el conjunto de la Navidad dejan el sentimiento real de estas fiestas de lado, porque no lo creo así.
Las celebraciones son momentos importantes, a nivel social, familiar e individual, pero también en el calendario. Cada festividad tiene sus ritos y estos no solo se asocian con la estación del año en la que tienen lugar, sino que también guardan una estrecha relación con lo celebrado. La Navidad es, sin lugar a dudas, la fiesta de la luz y por eso las calles brillantes y los salones luminosos no me parecen una inversión del capitalismo para incitarnos a consumir (aunque se aprovechen de ello) sino una expresión de la celebración en si misma. Originariamente el Solsticio de Invierno festejaba que incluso en la noche más larga la luz nacía, dispuesta a iluminar el mundo. Esto es lo mismo que representa el nacimiento de Jesús para los cristianos, el nacimiento de la luz salvadora en tiempos inciertos. Tiempos que igual podemos reconocer en nuestra actualidad, con pandemias, guerras y hasta escasez. Y sin embargo podemos seguir contando con que la luz nacerá en estos días, cuando decoremos las casas, las calles y los lugares de trabajo y una música alegre y campaneante será omnipresente y, por supuesto y pese a la factura de la luz, las luces volverán a iluminar el mundo, haciéndonos reír, cantar y soñar, reunirnos con quienes queremos y no vemos tanto como nos gustaría, y disfrutaremos de una tregua incluso con los que menos nos agradan y recordaremos a los que ya no están.
Para los que celebramos la Navidad con un sentir religioso, las luces que preparan e iluminan, son la expresión exterior de lo que está pasando en el interior. Pero no es necesario ser creyente para poder disfrutar de estas fechas. Personas ateas y de otras confesiones también celebran estos días con los mismos sentimientos: la ilusión, la calidez humana abrazando al mundo en plena llegada del invierno. Incluso durante la Segunda Guerra Mundial, soldados alemanes e ingleses pararon la contienda y jugaron un partido de fútbol. La Navidad está en todas partes, que decía la canción y quién más y quién menos acaba disfrutando de alguna de las tradiciones. Es el Fantasma de las Navidades Presentes, que no es otro que el Espíritu Navideño de Dickens, que viajaba hasta los lugares más recónditos del planeta tocando a la gente, haciéndolos felices, creando calidez en sus corazones mientras disfrutaban del día o se sentían cercanos a los que no podían ver. Sin embargo, los otros dos fantasmas dickensianos, el del pasado y el futuro, también están ahí y hacen que no todo el mundo disfrute de este momento del año, participen o no de la celebración. A veces no se ve por fuera y es un sentimiento interno, pero también está ahí.
Y luego están los que, con mucha guasa, se autoproclaman grinches e intentan aguar la fiesta a los demás. A esos solo me queda recordarles que el Grinch también forma parte de la Navidad. Mientras tanto, sigamos soñando y disfrutando de la magia que se crea cuando el mundo se ilumina.