Ester Bueno

Las múltiples imágenes

Ester Bueno


Tormentas

18/06/2022

El cielo se coloca en reflejo convexo y las nubes aportar grandiosidad a una infernal sensación violenta. Blanquecinas alas al principio, que van engriseciendo hasta portarse como negros presagios, acumulan sus terrores de mal en el epicentro de un mundo cosido a balazos de viento.
Cortinas bicolores, lejanas pero ciertas, anuncian que también caerá de ese cielo plomizo lo que tenga que ser, lo que venga traído del norte refractario o del sur acosado de arena del desierto. 
Pero qué incertidumbre, porque nunca se sabe si la amenaza es cierta o si, por un capricho, los estertores de naturaleza pasarán de soslayo a nuestro lado. 
Un principio de aromas recogidos de cestas de jardines regados, da paso a bofetadas de esa tierra empapada, negra, oscura, que absorbe cuatro gotas con los poros abiertos, resecos, polvorientos, y luego se emborracha y ya no aguanta más, y se desborda en borbotones sucios de barro inyectado de verano. 
Los árboles ululan desconcierto, se revuelven sus hojas nuevas, recién hechas en yemas frescas, desesperadas por brotar. Los matrimonios de pajarillos padres, desesperan, sin conocer qué es lo que acontece con sus nido, con su casa en el árbol, ensortijadas colecciones de paja y de plumaje protegiendo y mimando. Ramas en desvarío por vientos de tres o cuatro lados, vaivenes de caos indescriptible, preparación a un nuevo apocalipsis.
Y de repente llega la tormenta, con su halo de furia y de revancha, con su inmensa violencia de caprichos, con su anarquía, con sus cientos sonidos y texturas:  lluvia en rachas  que arranca la cerviz a margaritas tiernas, a amapolas cansadas de arrebol; granizo cuarteado, tejido entre las luces de calor y de sombra; rayos que parten almas invisibles, de las que flotan en los atardeceres sin querer retirarse a sus sudarios; truenos avisadores, retumbando los valles, avisando de su carga frenética, lista para caer en las acículas de los pinos más altos.
Descarga la tormenta y todo es ruido, y mal. Desaloja suspiros de los seres vivos, peticiones y rezos que han subido hacia arriba buscando la piedad ante tanto bochorno, exigiendo frescor, y aquí lo tienen, cocido en el averno tan caliente, pero llegado en trombas épicas, acusadas de destrucción de frutos y de manantiales.
Decenas de minutos de irreconocible oscuridad. Cambian de color los ojos de las aves, no se distingue el tono de verdosa rareza vertical. Como un daguerrotipo entre azul y magenta, sobre plata pulida, sobre espejo, delicado, revelado en vapores de mercurio y de yodo. Es un color indefectiblemente autoritario el que preside las tormentas. Un color de fin de alguna era.
Y como todo, pasa. Define la vorágine otro sentido, norte o noroeste, se retira con pasos indolentes en acecho a otro lar. El sol aprovecha sus quicios, ilumina las cortinas húmedas de la última función de ese teatro. Como en un bis, surge el arco iris, breve, diciendo que hay confines debajo de su luz, donde iremos de muertos. 
Se restablece el ánima. Santa Bárbara guarda sus espadas y deserta a un retiro voluntario, hasta la próxima. Y el mundo reverdece, parece que no hubiera sucedido, porque todo ha pasado, como todo ha pasado, como en la vida misma, la tormenta.

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