Gonzalo M. González de Vega y Pomar

En mi azotea

Gonzalo M. González de Vega y Pomar


Una lacra que dice muy poco

03/12/2020

De vez en cuando uno lee, escucha o ve en los Medios informaciones no muy destacadas pero que llaman bastante la atención, nos llevan a pensar cómo pueden suceder estas cosas y cómo hemos llegado a ello. Muy a pesar de la mayoría, a la que por suerte u otras razones le quedan lejos dichas situaciones, se producen estas noticias, que dejan gran malestar y mucha rabia en quien las conoce, dicen muy poco en favor de sus protagonistas activos y causan pena por quienes lo sufren.
Así me ocurrió días pasados al leer en Diario de Ávila que, según el estudio ‘Violencia filio parental en España’ de este año 2020 –habrá que saber si en ello influyó la pandemia del Coronavirus– aumentaron las agresiones de hijos a padres en nuestro país. Por lo que respecta a Castilla y León subió un 24,5 por 100 y hay abiertos ciento sesenta y ocho expedientes, veinte en nuestra provincia, a otros tantos jóvenes por este delito que  desafortunadamente está creciendo. Recuerdan en el informe que de este peligroso problema social al que se enfrenta la sociedad sólo se denuncian los casos más graves, que oscilan entre el diez y quince por ciento. En la mayoría de las ocasiones los progenitores por «vergüenza , resignación o desconocimiento» optan por el silencio y las ocultan para no «hacer daño» a sus hijos a pesar del daño físico o psíquico que de ellos reciben.
El maltrato familiar de los hijos hacia los padres y hermanos es algo más común de lo que socialmente creemos. Las madres son, por lo general, las grandes víctimas de este tipo de agresiones tanto en las familias monoparentales como en las tradicionales Con los padres se atreven menos pero tampoco faltan los que son sometidos a distintas  vejaciones por parte de los hijos.
Una situación que va en aumento y las causas de ello no están del todo muy claras, aunque seguro que, queramos o no, pueden influir en parte las redes sociales al servir de pantalla a muchos de estos nuevos maltratadores, que pronto se identifican por diferentes razones con esos «actores» por las ideas que les dan para sacar a la luz sus peores acciones. Estos menores, señalan los expertos, comienzan durante la adolescencia con agresiones de origen psicológico hacia sus padres y a medida que son mas adolescentes pasan a ser ataques de tipo físico. Son jóvenes –es lo que llama la atención– que por lo general viven en contextos culturales de un nivel alto donde se ha producido la separación o el divorcio de los padres. También en menores de familias desestructuradas. Adolescentes que padecen algún tipo de adicción, presentan trastornos de conducta, han tenido una educación demasiado permisiva por la que se les convierte o se autoproclaman los «reyes de la casa». Tampoco admiten las lógicas limitaciones económicas que pueda haber en su familia que ellos creen no existan y solo producto para no conseguir lo que desean. Son jóvenes egoístas, que exigen tener todos sus caprichos, sin querer adaptarse a la situación que se vive en casa, en muchas ocasiones difíciles como la actual.
Una conducta más frecuente en los varones, aunque existen bastantes casos de chicas maltratadoras, producida a veces por la falta de empatía y autocontrol, otras por impulsividad, ansiedad, depresión, escasa autoestima y no tener sentimiento alguno de arrepentimiento o culpa. Rasgos a los que, en algunos casos, se suma la falta absoluta de sensibilidad emocional y de apego. Están convencidos que los padres no tienen autoridad alguna para imponérseles así como derecho a establecer unas normas en casa. No sienten el mínimo respeto hacia sus progenitores, quienes cansados de continuos pequeños conflictos en el hogar permiten, creyendo se arreglará la situación, el chantaje y dan a esos hijos lo que piden, logrando que estos se sientan el centro de toda la familia y refuercen sus actitudes rebeldes. Quieren unos padres obedientes.
Negativas conductas de menores conflictivos, que en varios casos las sacan del hogar para trasladarlas consigo a los amigos, convirtiéndose en los «líderes» del grupo y exigiendo se haga lo que a ellos les apetece. Si no que se atengan a las reacciones negativas que puedan tener. También esos maltratos les acompañan a los centros escolares. Conocemos como cada día aumentan las faltas de respeto a profesores y tutores e incluso llegan a agredirles fisicamente cuando no están de acuerdo con las llamadas de atención que puedan hacerles por su comportamiento en clase o con las calificaciones que les dan en los exámenes. Sus reacciones, en vez de pasar por el lógico dialogo, única y desgraciadamente son de maltrato.
Creo que no es tan sencillo acabar con este problema pero si padres, hijos, profesores, servicios sociales, asociaciones y otros ponen todos algo de su parte, podría desaparecer de nuestra sociedad una lacra que dice muy poco.