Gonzalo M. González de Vega y Pomar

En mi azotea

Gonzalo M. González de Vega y Pomar


Necesitan de nuestra solidaridad

05/03/2022

Es bastante difícil pensar que un mandatario político extranjero –no muy en sus cabales– al que no le gustaran nuestra soberanía, el sistema político del que disfrutamos, así como nuestra pertenencia a la OTAN y a la Unión Europea, se le ocurriera hacer realidad ese «capricho», premeditado hace tiempo, de enviar sus Fuerzas Armadas para invadir España, arrasando pueblos y ciudades con bombas, a la vez que obligando a la huida masiva de mujeres, niños y hombres mayores –los jóvenes y adultos tendrían que quedarse para defenderla– solo con lo puesto y hacía no sabiendo donde, pero escapando en busca la libertad. Complicado, ¿verdad?
Pues esto es lo que, desde el pasado 24 de febrero, sufre Ucrania tras la inexplicable decisión del presidente de Rusia, Vladimir Putin, de invadir ese país. Las relaciones entre ambas naciones nunca fueron buenas del todo, deteriorándose más desde 2017, fecha en la que el parlamento ucraniano estableció, como objetivo prioritario del país, la adhesión a la Organización del Tratado del Atlántico Norte y posteriormente, en 2019, a la Unión Europea. Deseos a los que se oponía firmemente el líder ruso pues, entre las negociaciones que se produjeron durante la disolución de la antigua Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), estaba que, ningún territorio que hubiese pertenecido a ella se uniese al Tratado de la Alianza Atlántica. No le gusta que un país tan cercano al suyo pueda albergar tropas de la OTAN.
Esta ha sido la última e increíble «razón» por la que Putin comenzó lo que él, tras reconocer la independencia de las regiones ucranianas de Donetsk y Luhansk, denominó una «operación militar especial», que se ha convertido en una auténtica invasión y nadie sabe cuando y cómo acabará. Ocupación protagonizada por soldados profesionales y miles de jóvenes rusos obligados a luchar con toda clase de armamento contra Ucrania, que tiene un ejercito mucho menor pero un presidente, Volodímir Zelenski, y unos ciudadanos –sin experiencia alguna en el uso de armas– que han dejado todo, algunos regresaron desde otros países donde vivían, para unirse a los militares e intentar frenar el avance de las tropas asaltantes. 
Una guerra que, en estos diez días, ya se ha cobrado la vida de muchos soldados de ambos bandos y demasiados civiles por los indiscriminados bombardeos que se realizan. Un enfrentamiento que ha obligado al éxodo de cientos de miles de mujeres, niños y personas mayores a dejar hermanos, hijos y padres en el frente para abandonar como pueden, sin algo más que lo puesto, Ucrania con el fin de llegar a otros países, donde estarán lejos de las bombas, pero preocupados por la suerte de los familiares que hubieron de quedar defendiendo lo suyo. Se calcula que, cuando acabe la guerra, pueden ser cerca de cinco millones de ucranianos los refugiados por la sinrazón de Putin. ¡Qué barbaridad! 
Personas que no tienen idea de cuál y cómo será su futuro. Desconocen si volverán algún día a Ucrania -que habrá de ser reconstruida en gran parte- o desgraciadamente tendrán que iniciar una nueva vida en cualquiera de los veintisiete países de la Unión Europea, que, anteayer jueves, aprobó activar por primera vez en la historia la «Directiva de Protección Temporal», por la que recibirán, en cualquiera Estado miembro, un permiso de residencia que les permite trabajar por cuenta propia o ajena, acceder a educación, a un alojamiento adecuado y también a ayuda social y atención médica.
Estamos seguros de que varias de estas personas serán acogidas en España –ya está ofreciendo ayudas a través de las distintas ONGs y Cáritas– para ser repartidas en distintas poblaciones, entre ellas nuestra capital. Ávila tiene el titulo de «Ciudad Acogedora de Refugiados» y haciendo gala de este debería aceptar a ciudadanos ucranianos, que han debido de huir de la invasión, ofreciéndoles apoyo y alojamiento. Quizás, como primera medida para recibirles, pudiera habilitarse la antigua residencia «Arturo Duperier», que, creo, no necesita mucha adecuación. En ella también pudieran permanecer los once menores y sus tres monitores –dos de ellos padres con dos hijos–mientras participaban en un campeonato de atletismo de orientación deportiva en El Tiemblo y continúan allí atendidos, pero con el miedo en el cuerpo por la suerte de sus familiares en plena guerra invasiva. 
Ahora, más que nunca, todas estas personas ucranianas, refugiadas a la fuerza por culpa de Putin, necesitan de nuestra solidaridad.