José Alberto Novoa Nieto

Ágora

José Alberto Novoa Nieto


Genocidio palestino

24/11/2023

Decía Desmond Tutu, clérigo pacifista, luchador contra el apartheid en Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz en 1984, que «si eres neutral en situaciones de injusticia, has elegido del bando del opresor».
Ante lo que sucede en la Franja de Gaza, la neutralidad es considerar que como Hamás ha atacado a Israel, éste tiene derecho a defenderse. Es decir, la equidistancia. Es la mejor forma de tomar partido por el bando del opresor porque simplifica los hechos, porque ignora la profundidad del conflicto y su origen, y porque no considera las consecuencias de lo que está sucediendo.
Simplifica los hechos porque siendo cierto que Hamás ha realizado una acción terrorista contra Israel y su población civil, no es menos cierto que Hamás no es el pueblo palestino. Por tanto, la respuesta de Israel ante el ataque terrorista no puede ser contra la población civil de la Franja de Gaza que, además, vive en condiciones infrahumanas desde hace décadas, gracias a de la política israelí de sometimiento, privación de derechos y libertades, y ocupación de un territorio, en contra de todas las resoluciones de Naciones Unidas, desde 1948.
La respuesta de Israel al ataque terrorista de Hamás es desproporcionado y no ajustado al derecho a la legítima defensa, si es que esto pudiera alegarse en algún caso. Con lo cual, la equidistancia que proclaman algunos se convierte en la excusa perfecta para ponerse «del bando del opresor».
Además, con el objetivo de ignorar la profundidad del conflicto y su origen, a través de Hamás se identifica a todo el pueblo palestino. De tal forma que, desde la simplificación equidistante y la información publicada, se pretende que la ciudadanía llegue a reconocer a los malos y a los buenos: los palestinos son terroristas que han atacado a Israel y, por tanto, éste debe defenderse y aniquilar a los terroristas. 
Así, la «neutralidad» identificada con la equidistancia, junto a la simplificación del conflicto, se agrava cuando no se analizan las consecuencias de la barbarie que Israel está desplegando sobre la Franja de Gaza. A los inhumanos ataques sobre población civil e infraestructuras sanitarias, que provocan cientos de miles de muertos, se añaden las graves repercusiones que ello puede tener sobre Oriente Medio y sobre el conjunto de la comunidad internacional y sus relaciones de poder.
Una escalada de violencia entre países en la zona podría llevar al mundo a un escenario bélico sin precedentes desde la II Guerra Mundial. Ante este riesgo evidente, resulta increíble la reacción de la Unión Europea. Lejos de posicionarse a favor del pueblo palestino, puesto que es conocedora y parte implicada de la historia del conflicto, ha optado por situarse del lado del opresor al pretender una posición «neutral» sin exigencias ni condiciones sobre Israel. 
Europa deja al pueblo palestino a su suerte centrando su discurso en la necesidad de garantizar ayuda humanitaria, que no es poco, pero que se aleja mucho de una posición política contundente contra las acciones de aniquilación que Israel ejecuta en estos momentos y que viene realizando desde hace décadas sobre los territorios palestinos ocupados.
No conforme con ello, desde países importantes de Europa, que a su vez sufren de un particular complejo histórico respecto al Holocausto, como son Francia, Gran Bretaña o Alemania, han planteado la posibilidad de considerar delito penal la exhibición de banderas palestinas, o han prohibido las manifestaciones pacíficas de solidaridad con el pueblo palestino.
El genocidio que se está perpetrando contra el pueblo palestino en la Franja de Gaza nos sitúa ante el espejo como humanidad. La sociedad civil no debe dejar de reivindicar, como está haciendo, un alto el fuego inmediato y la intervención en el conflicto de Naciones Unidas. La comunidad internacional, salvo que pretenda llevarnos a un escenario de conflictividad global y a un deterioro grave de la convivencia, debe tratar a Israel como a un estado opresor que está violando todas las leyes del derecho internacional.
No hacerlo así, será darle cobertura a una extrema derecha internacional que necesita identificar al enemigo externo, desde la islamofobia, para seguir avanzando y ocupando espacio de poder en las instituciones a las que se presenta en las citas electorales.