M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Lo que importa

15/05/2023

Al sentarme en la butaca del cine para ver el documental Libres, decido que voy a dejarme emocionar, que voy a abandonar el discurso de una incierta razón materialista y que voy a abrir la puerta a esa locura -por otros en el documental expresada- del Dios que podríamos ser y vivir. Dejó escrito Aldous Huxley que "Cuanto más poderosa y original sea una mente, más se inclinará hacia la religión de la soledad". El ritmo del documental, de respiración lenta cuando monjes y monjas hablan acerca del camino, el amor, la libertad o la vida, tiene otros de agitación extasiada al mostrarnos el entorno en el que muchos de los monasterios se hallan ubicados. Lugares de poder desde antes de la difusión del cristianismo y donde se elevaron hace centurias grandiosos o humildes monasterios, en los que el humano con ansias de trascendencia de lo mundano, decide dar un sentido a su vida más allá de los trajines, hipocresías y obligaciones de una sociedad construida con artificios engañosos, y tantas veces frustrante para aquellos que no se conforman con un vivir marcado por las circunstancias personales y el momento histórico. La vida del monje o monja está enraizada en aquello que ni es transitorio ni es falaz.

Vivir humildemente es vivir con lo imprescindible. Dejó escrito Francisco de Asís algo así como que "Necesito poco, y de lo poco que necesito, necesito poco." Pero es todo lo contrario de vivir en la miseria, pues la frugalidad es alimentarse de lo que permanece y renunciar a lo que es inútil en pos de llegar a sentir una vida plena, que se acerca a nosotros más bien en la renuncia que en la abundancia. Pero no se retira aquel que está satisfecho y aparentemente feliz, pues "No llena la vida esta sociedad, la distrae" y así el monje o monja decide "Dejar el alimento del esclavo y tomar el del hombre libre". Esta es una de las cuestiones que los interpelados abordan y hablan con claridad, la búsqueda de la libertad encerrándose entre los muros de un convento. Y es que la libertad más profunda y estable no la dan las circunstancias externas, sino la liberación de nuestras propias cadenas interiores, llámense rutinas, obligaciones, deseos… Sería una manera de entender la vida religiosa como vida de desapego, paz y amor. Y el verdadero creyente tiene en el centro -como fuente y garante de esos valores de vida- a Dios, pues "El que ama, se hace semejante a Dios". Y con la convicción explícita de que "Los valores de aquí dentro solucionarían el mundo. No reinaría la ley del más fuerte".

Protectores y jardineros de la propia alma, ellos y ellas son, en palabras de una monja, "Las zonas verdes de la sociedad, los hitos que señalan el camino a Dios". Buscadores del centro de la vida para vivir en ese centro, ese su camino sería vía para encontrar la divinidad. Esta forma de vida, estos valores y creencias no son únicos del cristianismo o de otras religiones. La larga lucha histórica entre religión y ciencia, entre reglas y libertad, entre ritual y sabiduría, se sublima en un entendimiento religioso, pero también agnóstico –no confundir con ateísmo-, pues la vivencia de lo espiritual no es patrimonio exclusivo de las religiones. La vivencia del silencio, del misterio, de la plenitud, de la suspensión del tiempo, de la unidad en la naturaleza o de la serenidad, es compartida por los que se entregan en retiro a su Dios, pero también por esos y esas que ponen en el centro de su vida –desde opciones agnósticas o panteístas- la vida en plenitud y trascendencia. No hay un único camino y, como bien expresa uno de los monjes, "Estamos hechos para perfeccionarnos. Cada uno ha de descubrir su camino".