M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Tradición

31/03/2024

Quizás sea esta semana que hoy acabamos las más simbólica y definitoria de nuestra idiosincrasia. Es la Semana Santa el tiempo más sagrado del calendario litúrgico católico, tiempo pascual que fue fijado en el año 325, en el Concilio de Nicea para todo el ámbito cristiano. A partir de aquel momento, y basándose en el relato evangélico, cada país, cada comunidad y lugar ha ido construyendo un conjunto propio de celebraciones.

En España, algunas de las tradiciones ligadas a la Semana Santa se van irradiando con una fuerza creciente hasta el punto que se han ido generando nuevas procesiones y cofradías en los últimos años. El turismo asociado a ella se ha multiplicado y las calles rebosan de una mezcla de jolgorio expectante y devoción cofrade, todo bien acompasado con los dulces y comidas propias de estas fechas.

Son invocadas las tradiciones como el alma de un pueblo, su seña de identidad diferenciadora de otros. Ha habido tradiciones de todos los pelajes y, afortunadamente, muchas se han ido desterrando por su carácter contrario a los derechos humanos. Pero no se pueden invocar las tradiciones como el único y verdadero espíritu de un pueblo y de cada habitante de ese pueblo o nación. Hay tradiciones que para unos son ese espíritu y para otros puede ser la aberración del espíritu como tal. Guerras ha habido por ello y sigue habiendo, con la religión y sus tradiciones asociadas como uno de los desencadenantes de los conflictos. No hay más que recordar las guerras actuales en Oriente próximo.

La Semana de Pasión es la gran semana en la que la imaginería de origen barroco es paseada por las calles en medio del fervor de muchos, la admiración estética de unos cuantos y siempre, con la curiosidad de quienes se acercan a ver las procesiones como espectáculo. El poder de las imágenes se despliega entre capirotes, estandartes y bandas de música. Muchas de estas imágenes, auténticas y maravillosas obras de arte, sobrecogen a su paso por las calles de la ciudad entre un silencio que solo es roto por las omnipresentes cornetas y tambores.

Hay el riesgo de confundir verdad e imagen. La fuerza de las imágenes está en representar un misterio o un hecho, pero no son el misterio o el hecho. Eso sería ser iconódulo, que es el culto o veneración a las imágenes o iconos como portadores de la divinidad misma. Y su pecado, como aprendimos desde chicos, es el pecado de idolatría, y que con toda ingenuidad e ignorancia pueden cometer quienes ante las imágenes que representan a Cristo o María creyeren que están ante la divinidad en sí.

Cuando llegan estas fechas hay voces que se alzan contra la ocupación de las calles por los desfiles profesionales. La tolerancia entre creyentes y no creyentes debiera ser el espíritu actuante entre unos y otros, pues la convivencia entre culturas es signo de escucha y respeto multicultural, sin exclusiones en nombre de la tradición judeocristiana o en nombre de la modernidad o del progreso.

El teólogo Josep Cobo escribía hace unos días en su blog: "¿Por qué deberíamos preservar la tradición de Occidente? El riesgo de olvidarla es empezar de cero. No se trata, sin embargo, de aprender la tradición como si solo fuera cuestión de memorizar sus fórmulas. Se trata de redescubrirlas. Una tradición actúa como una semilla… si la tierra es fecunda." El apego y respeto a la tradición no tiene que hacernos olvidar que el ser humano no está aquí para agarrarse al pasado como si este fuera el mejor porvenir. Quien solo mira por el espejo retrovisor va perdiendo capacidad para otear el horizonte que delante tiene.

 

Foto: Ana Jiménez (@ginger_ajm)