David Herrero Muñoz

El sacapuntas

David Herrero Muñoz


Politicshow

16/07/2023

A una semana de las Elecciones Generales, los diferentes candidatos, asesorados por sus gurús, afinan la estrategia para conseguir adjudicarse el sufragio del indeciso, enfadado, abstencionista… o para intentar convencer a quienes no tienen pensado darles su voto, llevándoles a la luz, a la verdadera fe ideológica, mostrándoles que no hay un voto más útil que, cómo no, es el que va a su partido o persona.    
 El actual contexto, marcado por la tecnología y un perfil de ciudadano muy distinto al predominante en los años setenta, ochenta, noventa y, posiblemente, primera década del siglo XXI, hace que los tradicionales mítines, con miles de personas abarrotando las gradas de grandes pabellones y estadios, se hayan quedado obsoletos. Bien es cierto que, de vez en cuando, se consigue llenar alguna plaza importante, ahora bien, con una movilización de medios y recursos mucho mayor de lo que venía siendo habitual. 
 En aquella época, añorada por unos y despreciada por otros, tan cercana y a la vez tan lejana, los mítines estaban orientados, más que a los convencidos asistentes, al minuto de oro de los esperados telediarios, que conectaban en directo y alteraba al candidato, tanto en su discurso, como en su forma de hablar, moverse o gesticular. Estábamos ante una embrionaria escenificación de la política, con unos aprendices de actores con más o menos éxito ante la cámara.
 La revolución de internet ha supuesto un refuerzo de todo lo que tiene que ver con la imagen. Centrándome en la política, el vídeo y la fotografía se han convertido en los instrumentos más utilizados para impactar en el elector o potencial elector. Si el candidato no se maneja ante la cámara, los focos… difícilmente se le va a dar la posibilidad de escuchar su mensaje. Entrar por los ojos no implica, al menos exclusivamente, ser muy agraciado físicamente. También se tienen en cuenta otros aspectos, como la forma de vestir, la voz, el peinado, la forma de mirar, de sonreír, la personalidad, la transmisión de seguridad, la cercanía y humildad o la también trabajada naturalidad, porque hasta eso se construye.
 Las redes sociales, sobre todo, han hecho que el legendario minuto de oro se haya expandido y transformado en una constante exposición pública compleja de gestionar. Esto implica que los políticos interpreten siempre un fiscalizado papel, haciendo muy complicado, incluso para ellos, saber cuando están fuera del show. Las posibilidades de que se confundan se disparan, con el consiguiente riesgo de viralización del error, para terror de sus asesores, que al igual que en un teatro, se sitúan ante ellos como apuntadores, pero de un modo más visible e incómodo.
Hoy día, como hemos comprobado en esta campaña electoral, algunos candidatos prefieren evitar los lugares difíciles de llenar, es decir, de vender, por el debilitamiento que esto supone. Así como los espacios en los que se tenga que interactuar con mucha gente, cuya espontaneidad, o supuesta espontaneidad, termine empujándoles a salir de su estudiado papel previamente establecido como el mejor guion escrito para Hollywood, Netflix o HBO, buscando, por ejemplo, entornos más favorables a su don interpretativo, como un programa líder de audiencia o un debate en televisión. La ironía, simpatía, gracia… pueden ser un sucedáneo perfecto a un argumento que no cala o que produce rechazo al lado más racional del cerebro. No debemos olvidar que un fabricado gesto, una manipulación emocional e incluso una broma para salir de una situación embarazosa, pueden conectar y convencer más que una determinada medida política, por muy justa, necesaria y viable que esta sea. 
 En los próximos años no nos debería extrañar que los políticos no surjan de las universidades y después de una acreditada experiencia laboral, algo que ya ocurre, sino de prestigiosas academias de arte dramático como las de Cristina Rota o William Layton. Si me dan a elegir reconozco que prefiero a Dani Martín antes que a un banderillero, aunque aquí, como en todo, es cuestión de gustos y para gustos colores, en este caso, colores políticos. En la noche del 23 de julio veremos finalmente quien ha conseguido el Óscar, pero no en forma de estatuilla, sino de escaño.