M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Naufragio del pacto social

23/01/2022

Usemos la metáfora del barco que navega por mares revueltos y que es sometido a vientos huracanados, oleajes constantes y quiebra de la convivencia interna dentro de la nao. Ese barco es candidato al naufragio, estará condenado a hundirse y, con él, todos sus ocupantes. El naufragio es casi seguro si no vira esa desconfianza entre los ocupantes de la nave. Su gobernanza no depende sólo de quien lleva el mando, sino del compromiso de toda la tripulación. Si ésta decide boicotear cualquier indicación de quien lleva el timón, difícilmente va a navegar el barco. Películas de ficción y sucesos históricos dan «mala» cuenta de ello. 
Jean Jacques Rousseau publicó en 1763 un ensayo que tituló El contrato social. En él se refiere a una voluntad general enfocada hacia el bien común. Esta obra fundamentó la ulterior Declaración universal de los Derechos Humanos y abogó porque la soberanía nacional residiera en la voluntad del pueblo, lo que es fundamento de nuestras democracias.
El sistema democrático conlleva una confianza entre los componentes de esa sociedad y también en su democráticamente elegida gobernanza –ocasión tenemos para renovar o no esa confianza en las elecciones–. Por eso, confiamos en un sistema sanitario y en una educación que llegue a todos, en unos valores éticos y morales consensuados, en una ciencia que mejore la vida, etc. Pero somos también conscientes del difícil equilibrio en que navega un pacto democrático y social basado en la confianza. Y lo estamos viendo cada día en España, vemos cómo la desconfianza crece sin una base cierta, que está sólo movida por impulsos emocionales y falsedades partidistas. Esta mañana, escuchaba al ex dirigente popular José María Lasalle afirmar que en España «la derecha está atrapada en un bucle emocional y cree que la moderación es una trampa de la izquierda».
En una investigación a nivel mundial acerca de la polarización política –entendida ésta como  la antipatía de un votante cualquiera hacia el resto de partidos del espectro político– y que ha abarcado veinte países del mundo, el país con un mayor grado de polarización es el nuestro. Este grado de polarización política cuantifica hasta qué punto la opinión pública se divide en dos extremos opuestos y también constata que nuestras posiciones no están tan definidas por lo que nos une –lo que sería nuestra sintonía con un partido en concreto–, sino por lo que nos divide, o sea, nuestra antipatía hacia otros partidos. Sería así que el odio es lo que determina nuestra elección política, según este estudio. Por ello, una polarización elevada puede dar lugar a posiciones irreconciliables, lo que dificulta la posibilidad de alcanzar consensos para una gobernanza eficaz. ¿El aumento de la polarización de los votantes es debido al incremento de la polarización de algunos partidos políticos?
Debería ser motivo de general preocupación el que, en un momento en que las aguas en las que navega nuestro barco común están tan revueltas debido al oleaje de la pandemia o a los vientos de las crisis política, económica o ambiental, que parte de la tripulación constantemente esté saboteando y socavando una gobernanza que se ha mostrado competente en muchos momentos difíciles. Pareciera que esa parte «negacionista» de la tripulación, con tal de arrebatar esa gobernanza por cualquier medio, esté dispuesta a sacrificar la nave. Y en ella vamos todos los españoles.