David Ferrer

Club Diógenes

David Ferrer


Asamblea de estatuas

30/06/2020

Llegó apesadumbrada a la asamblea secreta la estatua de la Palomilla. Las demás esculturas, figurativas o abstractas; ya contemporáneas, ya decimonónicas; pétreas o herrumbrosas, la miraron igualmente desconsoladas. Venía pensando la figura blanca en la cantidad de personajes y nombres que se inscriben en su alto pedestal: que si santos, que si guerreros, artistas, la mayoría desconocidos para el paseante actual pero que, a poco que se escarbara en su historial, tal vez ostentaran un ignominioso historial racista, machista o quien advirtiera, como se lee en los botes de conservas, que ese personaje tiene trazas de cohecho o de estupro. Con voz cansada habló la nueva incorporación de la ciudad, el padre Tomás Luis de Victoria: ¿y si a mí me confunden con un predicador de las Indias y me acusan de maltratar indígenas? Qué razón tiene maese Victoria, contestó, temerosa y tímida, la estatua del frailecillo diminuto Juan de la Cruz. A ver si me decapitan porque me parezco al fraile Junípero Serra. O a mí, que quise irme a otras aventuras y pasar a las Indias, contestó la otra Teresa, desde su ostentoso monumento de talla XXXL. El busto de Isabel la Católica, que se encontraba cercano, callaba. Miraba y callaba. Quizá sabía que, dada su condición escultórica, su decapitación no era posible pero, quien sabe, tal vez su regia testa acabara como piedra del río Adaja. El presidente Suárez, menguado y apocado, no quería lanzar a los cuatro vientos sus orígenes con el régimen, causa segura de condena. El busto de Rubén Darío, ahogado en pesares y alcohol, permanecía igualmente en silencio. Violador, maltratador, me van a acusar de ello, pensaba ensimismado.  Tampoco decían nada una serie de esculturas oxidadas de las que nadie, ni esos talibanes postmodernos, sabrían decir qué representan. La de la cremallera se atrevió a farfullar una duda por si alguien se quejaba de que representaba una bragueta, con todas sus consecuencias. Bien, hermanas estatuas, tomó la delantera la santa andariega, que siempre es muy echada para adelante. Sabed que esto no es San Francisco o Londres pero los nuevos tiempos son virales, recios en cualquier caso, prestad vuestros oídos y ojos de piedra y estad atentas…
El ciudadano abulense se despertó de este sueño. No había asamblea de estatuas ni nada que se le pareciera. Salió a sus quehaceres diarios y vio que las estatuas, las buenas y las malas, las bonitas y las feas, seguían en su sitio. Una paloma depositaba un regalito en la cabeza de alguna de ellas. El turista despistado confundirá, como es tradición, a Rubén Darío con un cura, a Tomás Luis de Victoria con un peregrino y a la Santa con La Celestina. Pero ese es el verdadero destino de las estatuas urbanas. Lo demás, lo que se ha vivido en otras ciudades, no es más que un problema serio de iconoclastia, y a su vez el reflejo de un problema de literofobia, de estudios superficiales y, a su vez, un problema de infantilismo y de aburrimiento. No hay nada más bello en una ciudad que la estatua de un prócer sin placa ni nombre pero con polvo. Eso en lo que se convertirán, si lo permiten los nuevos talibanes de la pseudo memoria y la perspectiva de género.