M. Rafael Sánchez

La mirada escrita

M. Rafael Sánchez


Meditaciones desde un hormiguero

16/07/2021

Nos miramos ante un espejo y nos reconocemos. Cada cual –si no hay un trastorno cognitivo de por medio- reconoce su rostro y el de los demás como diferenciados y únicos, aunque haya quien piense que todos tenemos algún doble desconocido por ahí, pues entre tantos miles de millones de seres humanos es difícil que no exista alguien parecido a cada uno.

Y de esa abundancia de humanos que poblamos el planeta podríamos pensar que cada cual es como un grano de arena en la inmensidad de una playa, o como una de esas hormigas que afanosas vemos caminando alrededor de su hormiguero. Desde una perspectiva exocéntrica o voyeur, así es.

Podemos hacer un ejercicio de reflexión que nos ayude a situar nuestra individualidad en el superpoblado mundo en que habitamos, donde no dejamos de ser una casualidad hecha persona. Por ejemplo, meditar contemplando un hormiguero del que constantemente entran y salen sus inquilinas y que van siguiendo caminos trazados a fuerza de un deambular junto a sus congéneres. Caravanas de hormigas, pequeños seres sin importancia a los que miramos o pisoteamos sin más. En la práctica de la filosofía estoica, un ejercicio es mirar desde fuera y tomar la perspectiva de otro. Hagámoslo.

Si nos fijamos en una cualquiera, podemos intentar no perderla de vista e identificarnos con ella por un momento. Y… ¡zas!, por un instante hemos comprendido nuestro lugar en el mundo. No me refiero a que nos convirtamos, tal como le ocurrió a Gregorio Samsa en La Metamorfosis de Kafka, en un monstruoso insecto, sino que nos sintamos tan insignificantes como esa hormiga en el conjunto de la humanidad que somos, comprender la escala que como individuo cada uno representa.

Y que formamos parte, como las hormigas, de un colectivo que para que funcione ha de contar con sus miembros trabajando por un bien común. Y ahí ya la podemos liar, pues muchos creen que el bien común es lo que tiene que ver con su propio interés, que el bien sería lo que a él le conviene. Y muchos, directamente, pueden despreciar ese bien común sosteniendo que existir es una lucha en la que los mejores han de obtener la mejor posición. Opciones políticas las hay que lo llevan en su ADN.

Pero dejemos esa disputa entre bien común y bien privado. Más allá de ese desacuerdo que tiene que ver con el reparto de la riqueza, la solidaridad y la justicia, la observación continuada de esa hormiga que hemos elegido seguir, y en que por un momento nos hemos desdoblado, nos habrá hecho desprender de ese orgullo de creernos superior a los demás, pues nuestra hormiga no es superior ni diferente en lo esencial a los individuos de su especie. Somos insignificantes y reemplazables como ellas.

Por supuesto que en la escala evolutiva o también desde un sentido antropológico y religioso, no es lo mismo un humano que una hormiga. Pero en la escala cooperativa nos están dando una lección de superioridad y supervivencia adaptativa. "Somos insectos sociales, pero nos han privatizado la colmena", decía hace poco el cantante Kiko Veneno en una entrevista, creando cita de una evidencia. Y ahí estamos, con la colmena u hormiguero en perpetua crisis.