Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Polarización

02/01/2024

La hemos vivido antes. La han practicado. Tal vez inconsciente y pasivamente todos la hemos facilitado y permitido. Flaco favor a la democracia y los valores institucionales. Cuando el pensamiento dormita o es inane, triunfa la sectarización, la polarización, el cainismo inmoral de trincheras absurdas y que reducen el diálogo y la palabra a un muro de intolerancia para con el otro, de incomprensión para todos y de vergüenza de una nación.
No necesitamos paladines ni defensores, y sí mucho sentido común. Posiciones sólidas, argumentadas, valientes y firmes. Sea en el gobierno, sea, sobre todo, en una oposición. Cuánto más útil y verdadera sea ésta, más se robustecerá nuestra democracia. No entremos en juegos solipsistas y estériles. La costra y la hojarasca, que simplemente, nos impide ver sea o no con anteojeras. Se acaba un orden. Un orden político, el nacido en 1978, el del posfranquismo y consolidación definitiva de la democracia en las elecciones de 1982, la que dejó orillados a un lado a los políticos del franquismo y abrió el escenario al bipartidismo hoy diluido en un dejà vu de pactos postelectorales con partidos separatistas. El orden que rigió, emergió y se mantuvo durante el reinado de Juan Carlos I. Alternancia de los dos grandes partidos y disminución del resto de partidos en su representatividad con la excepción de Cataluña y País Vasco donde los nacionalismos son, de un modo u otro, hegemónicos. Espejo y reflejo de una sociedad tan amnésica como impenitente, hedonista como vacua. Ausente por incomparecencia la sociedad civil, nunca articulada, nunca enhebrada la raíz de su poder ser y su fuerza. Nunca ha interesado en este país que exista una sociedad civil abierta, fuerte, dinámica y proactiva.
Cuarenta y cinco años que nos han dejado muchas cosas. Buenas y malas. Silencios y complicidades. Aciertos y errores que han generado desprecio y hartazgo. También comportamientos, éticos y no éticos. Avanzar, moverse, regenerarse. El lodazal y la ciénaga en que algunos han convertido el sistema con su deprimente espectáculo es capaz de cambiar, de traer un nuevo momento y una nueva realidad. Exigirá lo mejor de todos, de políticos y no políticos, de nosotros mismos como sociedad o parte de una sociedad desacomplejada y que empieza a estar más comprometida con lo público frente a la pasividad y el silencio cómplice de muchas décadas donde el distraimiento y el desdén hacia la política ha sido manifiesto. 
Cada vez la sociedad, las personas, están más desencantados con una España de porcelana. Nos ahoga la corrupción, también la mentira y el trampantojo. No hay una causa general contra la misma sino una sociedad que acepta generalizadamente la mentira. ¿Qué fue de la virtud pública?, ¿de la ejemplaridad? ¿de la crítica, del servicio, del recto obrar público? Todas ellas están también en una parte de la sociedad, pero no lo queremos ver. La España que ayer se rompía y se fracturaba. La España donde nadie se atreve a pensar y reflexionar de verdad. La sociedad quejumbrosa que mira hacia la indiferencia. Mimbres retorcidos por el implacable e inmisericorde paso del tiempo y el relativismo moral. Manzanas podridas. La ética de cristal. La ética ahogada por larvas mordientes de una pasividad costrosa. Pautas, comportamientos, actitudes. Demasiada hojarasca. La que no nos deja ver bajo su alfombrado manto caduco de un otoño permanente. La hojarasca que envuelve la cotidianeidad de la política. De la ausencia de crítica. Del lamento vano y vacuo, la reflexión estéril y el cinismo mordaz. La que no nos deja ver, tampoco respirar. La hojarasca que nos devora. Dignifiquemos la política, el espacio de lo público, donde estamos todos, gobernantes y gobernados, Estado y sociedad. Recuperemos la credibilidad, la convicción, la capacidad, la confianza. Que prime el servicio y la democracia, no el partidismo y la autocracia interna.
Es hora de asumir una responsabilidad ética, límpida, objetiva y veraz. No esperemos más, el mañana es tarde. La decadencia y el descreimiento acechan. Después de la democracia sólo hay totalitarismo y autoritarismo. Pero hoy la democracia está zaherida por la percepción de un sistema que da síntomas de agotamiento. Volvamos al reencuentro de la sociedad. También de exigir responsabilidad, a todos, empezando por nosotros mismos. Un nítido realismo de una situación erosionada y donde los valores se han devaluado. Es hora de reivindicar la política y una sociedad comprometida y seria. Recuperemos la dignidad, la decencia, la honestidad. Basta de tanto descaro sin siquiera sonrojo. Rompamos inercias y moldes viciados, actitudes y comportamientos. Exijamos la reparación misma de una sociedad. De un sistema. Legitimidad.
Degradación paulatina. Espectáculo esperpéntico. Hastío permanente. Levantemos la costra. Sin miedo. Porque el desencanto ha llegado para quedarse. Recela de los políticos. Regeneremos con firmeza y cirugía. Bisturís claros, también en las cúpulas, los ábsides y los contrafuertes, bóvedas y arquitrabes. Empecemos desde la base. Desde las raíces. Las savias nuevas. Corrupción frente a honestidad, sinvergonzonería frente a decencia y despropósito frente a rectitud definen actitudes, comportamientos, incluso principios. Un nuevo tiempo. Busquémoslo. No lo vemos o no lo queremos ver de momento. Y no es necesariamente malo.