Álvaro Mateos

El Valtravieso

Álvaro Mateos


La importancia de llamarse Ernesto Matute

30/01/2024

Le tomo el título de la comedia a Oscar Wilde, y quiero sonreír al recordarte. No va a ser fácil, pero siempre que nos veíamos, nos dábamos un fuerte abrazo y nos alegrábamos. Reconozco que nunca me había puesto a pensar que iba a escribir un obituario de un amigo como tú. Por razones de edad, sería fácil deducir que te marcharías antes que yo, pero nunca se sabe, la muerte no marca unas reglas fijas. Me doy cuenta de ir cumpliendo años a medida de que cada vez son más las ocasiones en las que me pongo a plasmar mis sentimientos ante amigos que se marchan y ese es tu caso, Ernesto.
No había arrancado el año cuando tu querido sobrino, aquél que llevaste a los ruedos y acompañaste por todas las plazas vestido de luces, me escribía para informarme de tu muerte. ¡En qué hora, Ernesto, ya te vale! 
Te imaginé entrando en las puertas del cielo a pecho descubierto, con tus medallas y dejando entrever algún pelo cano, como los de tu cabeza, que seguro llevarías cubierta con un sombrero. ¡Siempre has tenido ese porte de chuleta! Al llegar, preguntaste por tus padres y el resto de familia, tus amigos y le irías a presentar tus respetos a la Esperanza de Triana, postrándote ante el Cristo de Gracia, el de la cortina encarnada con el letrero que dice "¡Viva el pueblo de Las Navas!". ¿Recuerdas? Fuiste capaz de plantarte ante el Crucificado para cantarle en el inicio de las fiestas del pueblo, y lo hiciste como nadie. Ahí, Ernesto, seguro que se escaparon unas lágrimas. Pensarías en tu mujer, en tus hijos y nietos, pero estate tranquilo. Los tienes a buen recaudo: tu recuerdo les une y les arropa. 
Subiste al cielo por una escalera de buen ebanista, seguro que te ibas deteniendo peldaño a peldaño, fijándote en los pequeños detalles, esos que siempre te llamaron la atención. Quién sabe si ibas tarareando algún pasodoble, zarzuela o cante jondo, recordando dónde habías dejado la guitarra y confiando en que tu cuñado Pepe tuviera una allí arriba, bien afinada, para cantar unas jotas y ensayar el Gerineldo. 
Llevas un mes fuera y te echamos de menos, amigo. Cuando vuelva a Las Navas, escucharé los poemas que grababas y entregabas a tus conocidos, para interiorizar tu voz, siempre templada. Estarás viviendo una eternidad soñada en tantas películas, que verías en las salas de cine de tu infancia, que también de eso sabías. Lo llevabas en la sangre.
Ernesto, descansa entre pinares y ten seguro que tu legado continúa, porque has sido profesional de tu trabajo, artista de muchos campos, y como te decía al inicio de estas letras, amigo de tus amigos, buena persona y con valores que merecen ser transmitidos. No olvidaré que, cuando te pedí ayuda, en aquellos programas de radio, siempre estuviste dispuesto a prestarla. Hasta te llevaste un organillo para hacer sonar los chotis, y a tu grupo musical, rescatando del recuerdo jotas y seguidillas de la zona. Ese es el porqué de mi columna y mi recuerdo. ¡Qué grande has sido!  

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