Me gusta esta época. Me encanta el otoño. Muchas personas puede que no compartan mi percepción e incluso les sugiera justo lo contrario. Eso sí, lo del cambio de hora lo llevo bastante mal porque tardo bastante en adaptar mis biorritmos al horario de invierno.

No encuentro mucha lógica a que oscurezca a la fuerza una hora antes y que nos alejemos del horario solar, mucho más natural y adaptado a la vida real. A veces incluso creo que las grandes y poderosas energéticas han influido con sus lobbys para que se siga manteniendo, y en lugar de ahorrar energía gastemos más.

Además el mundo rural y la España a la que cada vez vacían más algunos organismos oficiales con sus tropelías, sufren con más impacto este nuevo cambio horario, ridículo e inadmisible bajo mi punto de vista. Las labores del campo, el pastoreo y el cuidado del ganado en un entorno rural se manejan mucho mejor haciendo la vida lo más cercana a las pautas que manda el padre Sol.

El otoño a muchas y muchos les puede producir melancolía. Los días se tornan más grises y oscuros y la temperatura poco a poco va disminuyendo hasta que llegan las heladas invernales. La lluvia les causa somnolencia y apenas tienen ganas de salir a pasear como lo hacían en pleno verano.

Pero si estos afligidos estacionales se quedan en el sofá se perderán todo un mundo de sensaciones, de fragancias y también de colores que nada tienen que envidiar al período primaveral.

Es ahora durante estos días, y continuará probablemente unas semanas, cuando se produce todo un espectáculo en la naturaleza y especialmente en la mayoría de los árboles caducifolios de los que no es que contemos con muchos en nuestra provincia, pero los que hay lucen todos sus encantos y deleitarán al caminante que opte por darse una vuelta por la campiña, y no se quede apoltronado en el sofá viendo la, en ocasiones bien llamada, "caja tonta".

El mecanismo de respiración y alimentación de los árboles es complejo, sofisticado y maravilloso, y antes de entrar en el letargo invernal poco a poco va cerrando la entrada de la savia hacia sus hojas, con un patrón de supervivencia totalmente efectivo. Al desaparecer la clorofila salen a la luz otros pigmentos de las hojas que siempre habían tenido pero que estaban enmascarados por el poderoso y dominante pigmento verde.

Toda una gama de tonos rojizos, ocres y amarillos en los que los que la antocianina, la productora del rojo destaca en los arces y serbales, mientras que los pigmentos carotenoides amarillentos y anaranjados ceden el protagonismo a otros caducifolios como robles, álamos, sauces, hayas y fresnos. Todo un espectáculo para la vista y una inyección beneficiosa de sensaciones para el espíritu.

También el otoño, cuando viene lluvioso como éste, recupera los prados sedientos y agotados por el calor en unos veranos cada vez más asfixiantes, y comienza a brotar la hierba sobre los incendios, como el ocurrido en 2021 en La Paramera y La Serrota, aunque nunca volverán a ser lo que eran, al menos hasta que pasen varias décadas en el caso de los que afectaron a una significativa masa arbórea.

La forma de arreglar los caminos afectados, al menos en algunos, a base de echar cemento y cemento al campo, por parte la Junta, no parece ser muy sostenible ambientalmente hablando, y esperemos que las repoblaciones previstas no sean sólo a base de pinos como siempre, para que cuando crezcan y formen ecosistema vuelvan a arder de nuevo, porque el cambio climático es lo que tiene.

Y como estamos en otoño no olvidemos a los hongos, imprescindibles en el ciclo vital de la naturaleza. Miles de especies de diferentes colores y tamaños, igualmente atractivos a la vista y algunos también al paladar. Siempre con sumo cuidado y respeto hacia ellos.

Recuerdo cómo hace unas décadas íbamos cuatro "pirados" en busca de unos pocos, y hoy día casi todo el campo entero parece una romería en la que por desgracia no todos cuidan lo que deberían respetar. :-()

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