Francisco I. Pérez de Pablo

Doble click

Francisco I. Pérez de Pablo


Sin taberneros, sin tapas... sin gastronomía

11/07/2023

El PP, en su programa para la capital, llevaba como propuesta la candidatura de Ávila como ciudad gastronómica (PSOE lo propuso en la legislatura pasada). Cada año se denomina a una Ciudad-Comunidad que haya tenido relevancia o haya destacado dentro del panorama gastronómico nacional. El principal elemento determinante para ello es tener una oferta potente y constante que atraiga a todas las capas económicas tanto de la ciudad -humildes-, como fuera de ella. Exigencias que algunas son carencias para esta capital. 
Hace unas semanas se celebró una nueva edición -22- de 'Ávila en tapas'. Más allá de que sea éste un certamen que despierte el interés de la gastronomía abulense para traspasar fronteras -que no lo es-, me parece agotado el formato y errónea la denominación. Incluso la participación -debería ser mayoritaria por el sector- tiene más de escaparate impropio que de verdadero impulso y reconocimiento a lo que en Ávila siempre ha sido un elemento diferenciador al de ciudades cercanas o semejantes y por lo que los abulenses y foráneos abarrotaban las barras de los bares. Hoy muchas de esas barras, aunque están no existen, en otras interesa más tener mesas adosadas al mostrador y se va extendiendo en el sector la práctica de no tener las tapas expuestas, no ofrecer tapa o confundir la tapa con lo que en otras latitudes es el pincho de pago.
En octubre de 2012 escribí que Ávila había perdido el chateo (aún no habíamos tenido la pandemia) y once años después es una ciudad sin ningún atractivo culinario más allá de sus cantos y santos. La crisis del chateo ha sido la crisis de la tapa. Desde pequeños nos han enseñado que la tapa se incluía y se elegía con la consumición. Una tradición que pasaba de abuelos a nietos con el primer mosto y que hoy está paulatinamente en decadencia. Como lo están los taberneros, ante la irrupción de los calificados como restauradores. 
Todo evoluciona, pero no necesariamente debe cambiar. La marcha de la tapa en Ávila está en regresión. Justificaciones o razones seguro que hay. Gustos forzados como las terrazas de la pandemia (el picho de barra no se sirve en terraza -insólito-); la ratio precio-coste de la tapa; el cierre de las barras para tapas prefiriendo mesas para raciones o a la carta, las franquicias solo con montaditos… y un sinfín más de alegatos o evasivas que están haciendo retroceder a Ávila en una de las pocas cosas con sello distintivo.
Tras la gran crisis económica de este siglo y el COVID, sin embargo, el panorama gastronómico español se ha conformado en torno al mundo de las tapas, de los pinchos -más o menos elaborados- y de las raciones. Ávila estaba situada en lugar preferente en ese primer mundo, pero esta huérfana de taberneros, tabernas y con peregrinos intereses que están variando peligrosamente la costumbre de ir de tapas, convirtiéndolo en algo residual o solo por barrios. Ávila no es ciudad de aceitunas, pepinillos ni patatas fritas de bolsa, pero todo es posible. 
 La tapa -no consiste en bocadillos- identifica producto y gastronomía abulense. Si se pierde o no se cuida Ávila parte con mucha desventaja para ser aspirante a ciudad gastronómica o a cualquier otro título. Aún sigue habiendo bares de tapas. Son mayoritarios y deben imponerse a las modas y a las inciertas rentabilidades, aunque solo sea por conservar un legado abulense que debe considerarse patrimonio público -inmaterial-, que conviene proteger más y mejor.