Álvaro Mateos

El Valtravieso

Álvaro Mateos


Calles llenas e iglesias semivacías

26/03/2024

Expectante, hoy Ávila aguarda un momento de contraste que me costó entender hasta que lo descubrí. Es la famosa procesión de la Estrella, con los pasos de Jesús ante Caifás y la Virgen de la Estrella, toda una representación andaluza colorista, de saetas e incienso, en medio de una Castilla austera, de piedra y silencio. Después, llega el turno del Medinaceli y todos los pasos que componen la procesión de la noche en el Martes Santo abulense, con imágenes y momentos de emoción, salpicados por el oro viejo y morado de las túnicas y capirotes. Ya en la madrugada, la Magdalena devuelve a las calles su tradicional silencio, roto ante el Cristo de los Ajusticiados con el Miserere. 
Ávila en medio de la Pasión, con un previsible lleno en uno de los momentos del año más fuertes para el turismo. No sé si la ciudad del todo preparada, con tantas obras interminables que han transformado las vías en dolorosas a la fuerza, pero lo que es cierto es que medio Ávila se echará a las calles que pueda para contemplar procesiones en los momentos cumbre de la Semana Santa. 
Las imágenes en el exterior, en medio de un ambiente de música religiosa, devoción y fervor, mueven al espectador. Esto ocurre en nuestra ciudad y en todos los puntos de referencia de la Semana Santa en Castilla y León, en Andalucía pero, siempre me pregunto lo mismo: ¿Es posible alimentar esta fe solo y exclusivamente en la calle, ante una talla de madera que la levantan forzudos costaleros, con los sones de tambores y bandas, en un desfile institucional de paso-sacerdote-autoridades y pueblo llano? 
No hace muchos días, un sacerdote amigo me decía que se veía encantado en una comunidad parroquial de apenas veinte fieles, algo que no representa ni siquiera el 10% del municipio en el que celebra habitualmente la misa. Cuando el espíritu y la experiencia de lo que se comparte en esa comunidad es verdadero y auténtico, no hacen falta procesiones que se dediquen a mirar (no contemplar), a oír (que no escuchar), porque no van a conseguir llevar al sentimiento al que está fuera. 
Ese el constante peligro de las muestras de religiosidad. Alguien que conozco bien, siempre me dice que la verdadera procesión es anónima y se esconde bajo un caperuz, con una penitencia desconocida y unos pies descalzos de no se sabe quién. 
Ahí no caben autoridades, políticos, hermanos mayores, porque supuestamente las procesiones son la continuidad de lo que se vive en torno a un altar. Es verdad que responden a una estética y a un saber hacer que las hace perdurar en el tiempo, pero no deja de ser un tremendo sinsentido. ¿Calles llenas e iglesias vacías? ¿Hasta cuándo y por qué? Tendrá que ser así, o no.