Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Aires plebiscitarios

03/05/2024

¿Qué había en verdad detrás de esta arriesgada y quizá no perfectamente calculada huida hacia delante del presidente del gobierno? ¿por qué en vez de empatizar sospechamos desde el primer momento que podía tratarse de una argucia en busca de un apoyo masivo de la ciudadanía cual estrategia plebiscitaria tácita? Pedro Sánchez despejó las incógnitas ayer lunes. Pero ¿es ahora un presidente más débil? El tiempo lo dirá.

La política tiene costes personales muy duros y que apenas se quieren ver, o se soliviantan con dejadez por el adversario. España no es ni ha sido la excepción, pero en los últimos veinte años sí ha visto una enorme tensión y polarización. A algunos presidentes, la cuestión, ha comenzado desde el primer día. Se enfanga, y en esa costra, teñida por el tedio de una hojarasca otoñal sempiterna, es el sino común de la forma de hacer política desde la trinchera y un cierto cainismo cada vez más visceral.

Ha sorprendido la actitud y la decisión de Pedro Sánchez tanto el miércoles pasado como ayer mismo. Como también lo fue cuando en menos de 24 horas de unos resultados adversos en autonómicas y locales convocó, adelantando meses, unas legislativas. A todos pilló con el pie cambiado. Incluso a los propios. Hoy, en un movimiento tan inaudito como sorpresivo, vuelve a caminar sobre un alambre muy delicado y que puede, sino a corto, sí a medio plazo tornarse muy adverso. Sánchez es un presidente, todavía lo es, al que gusta jugar entre un mar de incógnitas. Dueño de sus afectos y de sus lealtades, que entiende para sí, es capaz de apostarlo todo a una sola vuelta de ruleta. Hasta ahora, incluida la defenestración o voladura personal de aquél 2 de octubre de 2016, todo le ha salido bien, él que lleva ya 6 años en la presidencia.

Inhóspito en tierra de nadie, solo él y quizá su familia, sopesan una decisión que, aunque algunos medios han titulado de tener en vilo a toda España, despejará el próximo lunes. Y España, a buen seguro, pasará página en un sentido, y si permanece en el puesto, será objeto de bula y escarnio. Al tiempo. Es el sino amargo de que, desde hace mucho tiempo, ya no nos tomamos ni la política ni a muchos políticos en serio.

Malos tiempos para la lírica, también para el disimulo. Pero sobre todo para la honestidad. Deberíamos todos replantearnos el modo en que se ejerce política y los usos inapropiados de cuestiones, bulos, sospechas o tratar de enfangarlo todo. No todo vale. No todo es asumible y menos ético. Rotas las ideas, puenteados los problemas reales de los ciudadanos, ya basta de cambalaches y fuegos de artificios. Las urnas hablan. Los pactos transan y deciden. Y lo que no es dable es cuestionar en todo momento legitimidades ajenas. Dejemos la visceralidad, la irresponsabilidad y regeneremos los vicios que la política ha aherrojado en el sistema de valores democráticos. Demasiada hojarasca acaba distorsionando el realismo. Pero tampoco utilicemos lo personal ni como arma arrojadiza ni como defensa numantina de unos hacia otros. No nos lo podemos permitir, en riesgo la erosión de la credibilidad, de la legitimidad democrática, de la ética. No es tiempo para demagogias ni escarnios. Menos para ocurrencias. Ni acosos y derribos ni tampoco autoflagelaciones. Y sí, todo es renunciable, menos la vida misma. Los precios que se pagan en política a veces, inmisericordes, no tienen piedad. ¿Ya hemos olvidado el terrible acoso que sufrió Adolfo Suárez por los suyos y los ajenos el último año y medio de presidente?

No sabremos si ha sido un órdago con aire plebiscitario o no, pero sí que Sánchez está afectado de verdad y quizá cansado. Todo llega y todo termina. Paz y después gloria, o no.