De Sumy a Ávila, huyendo del horror de la guerra

M.M.G.
-

Yana Savplainen y su hija son dos de los ciudadanos ucranianos que en 2022 encontraron refugio en nuestra ciudad. Hoy siguen con dolor y preocupación el desarrollo del conflicto, pero agradecen a los abulenses el cariño que les han facilitado

Yana, a las puertas de la iglesia de San Pedro, en el corazón de Ávila. - Foto: David González

Yana Savplainen es una de esas 144 personas que se empadronaron en Ávila en 2022. Su historia, que generosamente comparte conDiario de Ávila, sobrecoge. Ella es muy joven.Demasiado para haber tenido que salir huyendo de su casa con una hija pequeña, sin tener muy claro ni hacia adonde ir ni donde (y, sobre todo, cómo) terminaría su dramática aventura.

«Nos despertamos en casa a las cinco de la madrugada del 24 de febrero de 2022, con el sonido de una sirena y el teléfono sonando. Encendimos la televisión.  Comenzó la guerra».Así inicia Yana a relatar una historia de las que encogen el corazón. En apenas 20 minutos, debía salir de su casa con su hija. «Empaqué una maleta pequeña para dos.  Después de eso, nunca más estuve en mi apartamento», resume en una demoledora frase el desarraigo que experimentaron miles de ucranianos en aquellos  días dramáticos.

Allí, en ese vivienda, Yana nos cuenta que 'guarda' su antigua vida. Porque ahora, siente, su vida es otra. Y así ha decidido interiorizarlo y asumirlo. Por su bien y, sobre todo, por el de su hija: una niña tan rubia como su madre que ahora está totalmente integrada en su colegio, el Milagrosa Las Nieves, y en el Club de Gimnasia, el Abula Gym, que también la recibió con los brazos abiertos.

Pero no adelantemos acontecimientos. Porque para que eso llegara, Yana y su hija pasaron por mucho. Ambas vivían en Sumy, una ciudad ucraniana cercana a la frontera de Rusia, de unos 300.000 habitantes y siempre en conflicto.

Nos cuenta Yana que antes de dejar su casa definitivamente lo habían intentado varias veces. Pero cada vez que se lo proponían, les llegaba la noticia de que mucha gente había muerto ese día haciendo lo que ellas tenían en mente. Y lo postergaban.

Finalmente, y en compañía de otra amiga ucraniana y de sus hijos se metieron en un coche para conducir pensando, básicamente, en salvar sus vidas. 

Su periplo les llevó a Polonia primero y a Barcelona después. Y desde la Ciudad Condal viajaron a Madrid en un coche acompañadas por policías nacionales voluntarios.Ellos fueron de las primeras personas que hablaron a Yana de Ávila, la ciudad en la que finalmente terminaría viviendo.

«El camino a España nos llevó más de 18 días debido a la ocupación», prosigue recordando. «Nunca olvidaré cómo la tierra temblaba por las explosiones, cómo se oían las ametralladoras, cómo se veía a los aviones tirando bombas...», habla Yana de unos días que se han quedado grabados en su memoria. «Nosotras ahora aquí, en España, estamos acostumbrados desde hace tiempo al sonido de un avión o de un helicóptero.Sabemos que estamos a salvo. Y que los fuegos artificiales son el sonido de unas vacaciones», plantea Yana, que prosigue con su reflexión. 

«No elegimos adónde ir, probablemente fue el destino el que nos trajo a Ávila. Una vez, durante la ocupación, una chica de España vio una publicación de mi hija en Instagram sobre cómo estaba pasando por la guerra», continúa. Fue esa chica la que la animó a venir a España prestándole ayuda. 

Y así, entre muchos avatares, Yana y su hija terminaron llegando a Ávila, a casa de Paz, Nacho y Blanca. «Fue muy aterrador, porque no entendíamos cómo viviríamos. No conocíamos el idioma, no conocíamos a esta gente... Pero nos recibieron como familia, y ese sentimiento de que nos convertimos en una la familia permanece hasta el día de hoy», Yana agradece de corazón la generosidad de los que les llevaron en un primer momento de la mano.

Y lo hicieron, se emociona Yana, haciéndoles sentir parte de la familia. «Nos mostraron la vida real española, las tradiciones familiares, la gastronomía, las vacaciones, la vida cotidiana... Quizá por eso España se convirtió en nuestro segundo hogar.  Nunca dudamos de que habíamos elegido España como nuestra nueva segunda patria», recalca Yana.

«Por supuesto, fue difícil para nosotros y lo es ahora», no tiene problemas en asegurar Yana, que sigue echando de menos a diario cosas tan sencillas como la puerta de su habitación en la que marcaba con un un lápiz la altura de su hija, escribía la fecha y le hacía peinados. «Y ya ha pasado más de un año y medio desde que no hay peinados allí», dice con dolor Yana que, por supuesto, se preocupa también a diario por los que quedaron en Ucrania: sus padres y su hermano, que está en el frente. «Mi único hermano ahora está luchando en Ucrania, arriesgando su vida todos los días. Mis padres viven no lejos del frente. Estoy muy preocupada. Pero estoy aprendiendo a vivir y ser feliz con este dolor. Como todos los ucranianos», dice con una serenidad que asombra.Sobre todo cuando asegura que ha aprendido a decirse a sí misma que todo está bien, cuando en realidad su corazón se hace pedazos. 

«Me cura el sol de España y los españoles con su capacidad de disfrutar de la vida. No sé cómo será mi vida, no sé cuando podré entrar a una tienda a comprar un jarrón y decir 'esto es para mi casa', ni donde será esta casa... Pero ahora quiero tener un buen trabajo y planificar mi vida segura en España. Me gusta su proverbio 'el sol sale todos los días», nos asegura Yana que en Ucrania trabajaba como responsable de una empresa de importación y exportación y que ahora en Ávila lo hace en los Cuatro Postes.

Le preguntamos también por su proceso de empadronamiento. «Todo fue muy sencillo», dice rápidamente. Como también lo fue resolver el papeleo de la Seguridad Social o la escolarización de su hija.

Por todo ello, insiste, sólo tiene palabras de agradecimiento para España y Ávila. «El Estado de España me dio derecho a trabajar: trabajo, seguro médico gratuito y la oportunidad de cambiar mi permiso de conducir ucraniano por uno español.  La gente me ayudó mucho.  Siempre sentí este apoyo.  Mi hija ahora asiste a la mejor escuela de Ávila y hace ejercicio en el mejor club de gimnasia rítmica, el Abula Gym.  ¡Infinitamente agradecido por esto!  Cuando lo pierdes todo es muy importante sentirte seguro, Ávila me da esa sensación», se despide de nosotros con este mensaje esperanzador.