Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


La nueva normalidad

10/06/2020

Estamos en unos momentos cambiantes después del tiempo relajado de estos últimos tres meses largos e interminables. Y de pronto entre noticias contradictorias y cambiantes, a veces rápidamente, o eso nos parecía después del largo confinamiento y otras veces tan poco a poco con esas interminables instrucciones difíciles de ejecutar por las continuas contradicciones, ordenes y contra ordenes, en fin, que ya casi hacíamos más caso la lo razonable que te indica la intuición que a las normas para escolares… y llegó el desconfinamiento. Desde luego que lo eficaz del confinamiento y la responsabilidad particular está propiciando la bajada sensible de esas cifras catastróficas. Pero también mantengamos la alerta, para no relajarnos en demasía.
Las redes han parado en una frenada casi en seco, harta ya la gente de tantos mensajes, algunos bonitos o musicales para el entretenimiento de ese tiempo encerrados. Otros graciosos, otros excesivos, que hay gente para todo, y otros super repetidos que llenaban nuestras máquinas de video basura. Y entre ellos esos tan bonitos o con contenido que querías compartir con tu gente, y llegan los papas de las comunicaciones y los limitan por si son atentatorios contra las normas establecidas. Déjenme administrarme a mi solito, que me siento teledirigido. Ya casi que abres el teléfono por la mañana para ver las lindezas de cada día en los grupos o de particulares, con ansiedad, y esa necesidad que poco a poco nos han creado, y, ¡sorpresa!, casi no hay nada… 
¿Se habrá parado el mundo?
Eso demuestra el hartazgo general. Y, sin embargo, cada día los medios televisivos nos siguen bombardeando de cifras y normas de comportamiento, pero claro, yo me niego a estar cada día una hora recibiendo normas para salir un ratito de paseo. Normas que cada día eran diferentes. Luego sales un rato de paseo para hacer las piernas que hemos perdido y la realidad es otra. Quizás en las grandes ciudades la masificación era un gran peligro, pero en la mayor parte del resto, no teníamos masificación alguna. Aquí, en esta pequeña ciudad, rodeada de hermosos pinares de aire limpio, no se podía coger el coche porque están a poca más de un kilómetro y ya estaban fuera de los límites… que riqueza de aire sano en una primavera estupenda hemos desperdiciado.
Ahora ya podemos sentarnos en una terraza a tomar algo, con las medidas y distancias necesarias, pero casi que te sientes mal, porque te miran de reojo. Algunos son los padres de esos chicos que han comenzado ha hacer botellón, y como siempre, sin generalizar, porque son algunos de los jóvenes. Ese es el efecto de generalizar siempre.
¡Y todavía hay gente que se pregunta si habrá fiestas!!! Para fiestas estamos, no me veo yo de verbena con distancia de dos metros. 
Muchos en trabajos con movilidad, como es natural, y otros movimientos limitados sin fundamento. Esas franjas de edad algo discutibles y de nuevo la incertidumbre.  
De todo esto se desprende que por mucha publicidad institucional que quieran, de salir reforzados nada, yo creo que ya nada será igual, y no porque desaparezcan los pequeños vicios que cada cual tenemos, que no estaría mal, sino porque todo lo que nos rodea está marcado de temores, remilgos y desconfianzas.
Ahora empiezan a vendernos la «nueva normalidad» y miren, yo quiero elegir y prefiero la normalidad de antes, con sus más y con sus menos, porque yo veo en esa «normalidad» un manejo dirigido, como ya se aprecia en muchos aspectos, algunos pequeños pero que, sumando, sumando… Yo que siempre he sido algo rebelde, a mi edad me fastidia aún más que tenga que cambiar de manera de andar, de pensar, de decir, y todo eso. Sobre todo si es contrario a mis ideales y valores, −como dice una amiga mía−, «no quiero que me cambien, déjenme en paz… conmigo se rompió el molde y no quiero que me fundan de nuevo». Yo también quiero la normalidad normal…