Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


Arévalo, la bien cantada

09/12/2020

Este titular que hoy encabeza esta columna es idéntico a un texto repescado de entre un mar de papeles viejos y antiguos, sigo en periodo de reordenamiento y limpieza de papeles, actividad que de cuando en cuando me depara alguna sorpresa más que agradable, tanto que me induce a compartirla con los lectores de estas líneas.
Este título es el de un artículo de un programa de las fiestas del año 1983, de Jesús Hedo Serrano, de tan grato recuerdo, un poeta y escritor con mayúsculas, profesor de lengua española, recitador y gran especialista e historiador de Machado, que muchas veces nos introdujo en ese mundo de su sensibilidad poética romántica, en conferencias o charlas de amigos. También exquisito conocedor de nuestro Nicasio Hernández Luquero, entre otros grandes escritores españoles. No en vano fue el recopilador de la obra tanto en prosa como en verso, de nuestro exquisito escritor, poco después de su muerte.
Porque Hedo es también el autor de la antología que publico la Institución Gran Duque de Alba en 1985, una magnífica selección que recoge en unas cuantas páginas la grandeza y sensibilidad de las obras más destacadas de este gran escritor modernista en la más pura lengua castellana. En aquella edición tuve el honor de colaborar con alguna fotografía de su casa y su entorno junto a las de Pablo Delgado. Una antología que recogió sus más rotundas crónicas periodísticas, su poesía más conocida y otra inédita, con especial mirada a su Castilla y las numerosísimas dedicadas a Arévalo, preciosas descripciones sobre el agro, la villa, la hidalguía o sobre las cosas más insignificantes que con su precisión lingüística engrandecía, descripciones de este nuestro “terral”, como a él le gustaba decir. Elogios y glosas a las estaciones, o la lira franciscana en una tierna visión de los animales cotidianos. Una obra literaria que en gran parte permanecía inédita y con esa publicación se puso al alcance del gran público.
Apostilla aquel precioso artículo que hoy es el motivo de mi recuerdo una frase de Unamuno, “Un poeta es el que desnuda con lenguaje rítmico su alma”. En él recoge una extensa muestra poética del “hidalgo de Arévalo” que, desde su primer artículo de 1907, “Nuestra Tierra”, hasta lo escrito poco antes de morir en 1984, es un canto de amor a nuestra tierra, siempre impregnado de su Castilla y de su Arévalo…
De su amplia producción poética sobre Arévalo quiero destacar solo un verso que retrata con fidelidad a esta ciudad en tan solo cuatro líneas y unas pocas palabras:
Encinta entre el Adaja y el parco Arevalillo
destaca su silueta, jalonada de torres,
erguida en la ribera que las zarzas maculan,
con su altiva presencia de burgo altivo y noble.
Una joya literaria que retrata muy bien esta vieja ciudad castellana, sus calles y plazas, sus entornos cargados de historia y sensibilidades que solo los poetas grandes nos pueden transmitir con precisión y exquisitez… ¡Cuánto nos ha hecho gozar con las letras nuestro gran amigo Jesús Hedo! enseñando y descubriendo a estas figuras señeras de nuestras letras, y transmitiendo a más de una generación esta lengua común, hoy tan amenazada, que nació del romance en San Millán de la Cogolla con una oración.
Y la otra cara de la moneda, la ciudad estos días de pandemia, otra vez, porque continúan estos momentos de incertidumbre, de semi clausura, solitaria y con tristeza en calles y gentes, de soledades. No hay turistas ni casi ciudadanos, porque además ya ha arreciado el frío en estas postrimerías del otoño, que ya es como invierno. Y la Navidad que esta ahí, a la vuelta de la esquina, llena de incertidumbres y limitaciones, no digo yo que innecesarias, pero sí impensables no hace tanto, situación que nos modificará casi todas las costumbres tan entrañables de estos días, y aún pensando cómo nos distribuiremos estos días de familia y hermandad…
¡Vivir para ver!