Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


Un puente insospechado

04/11/2020

Hoy sí, hoy quiero referirme a un gran puente de esos del calendario, de los que antes hacían las delicias del turismo, el comercio, la hostelería y la gastronomía, una afluencia de público que era esperada y alegraba el ojo y el bolsillo a muchas gentes.
Pues acaba de finalizar este «Puente de los Santos» que habría que escribirlo con minúsculas e incluso en letras más pequeñas, acorde con lo que al final han sido esas fechas del puente tan esperado.
Claro, todo viene dado por las circunstancias de esta epidemia imparable que se resiste a amainar, que sigue cogiendo fuerza para desesperación de la gente, y de las diversas y múltiples autoridades, que parece que no saben qué hacer. Tantas opiniones y tantas medidas diversas, tantos horarios distintos… seguramente que con la mejor intención de acertar con la cosa, pero tan pronto parece que se está mejorando, surgen nuevos brotes que confinan gentes, pueblos y ciudades, imponen de nuevo fronteras al campo y arman el lío a la generalidad de la gente, que no sabe ni horarios ni disposiciones. A estas alturas no estamos para estar todo el día consultando boletines oficiales ni comprobar que horario nos corresponde… y, sin embargo, como toda ley, su ignorancia no exime del cumplimiento debido, pero… qué lío nos hacen.
Me decía un amigo médico que al final no sabemos si podremos con el bicho, que será en todo caso cuestión de tiempo, para el que pueda esperar, pero que a la larga, al que no ataque el virus, será atacado de los nervios… 
 Y así ha sido este largo puente de los santos, con Madrid cerrado y el miedo en el cuerpo, apenas los lugareños estábamos por ahí, por las calles y terrazas, porque el tiempo climatológico ha invitado a salir, a pasear, por las calles o por el pinar, porque los nícalos y otros boletus varios están ahí desafiantes invitando a pasear y recolectar. Aún sin los madrileños, los pinares se han llenado de gentes con sus cestitas, como «Caperucita». Pero lo importante es que ha sido el motivo para salir a un paseo sano por los pinares que nos rodean. Y el wasap lleno de cestitas de nícalos, cual trofeos de caza.
Este otoño radiante de los últimos días, que ya parece que se acaba, está dando paso al otoño invernizo alejando por momentos esa bonanza, ese paréntesis en el clima que ha llenado terrazas de gentes locales a falta de visitantes. La verdad es que si por un lado era super agradable salir y disfrutar de el sol, era desolador advertir que estábamos en familia, que no había turismo, ni los clásicos visitantes de los cementerios a la llamada de la tradición de visitar las tumbas de los familiares. Qué pena que uno de los puentes mejores que ayudan al paso del invierno en cuanto a la economía hostelera se refiere, pasaba sin la animación acostumbrada, con más pena que gloria. 
La hostelería en sus diversas vertientes está al límite de la supervivencia. En esta ciudad de población flotante, muchos establecimientos y negocios no serían viables sin la visita de gentes foráneas, tanto para el comercio en general, como para la hostelería de bares y restaurantes. Aún no se habían recuperado del bache del confinamiento inicial, con un verano que no terminaba de despegar y otra vez al borde. El cierre de la hostelería y otros sectores este fin de semana es un mazazo para muchos pequeños autónomos triste y lamentable. Ya sabemos, cada cierre conlleva la no apertura de un porcentaje de negocios que no han podido remontar la situación. 
Parece que no hemos aprendido, porque en lo sanitario, los hospitales poco a poco se van llenando de nuevo de personas afectadas y de casos terribles con esta epidemia que tantas vidas se está llevando… y de profesionales agobiados de trabajo y de riesgo.
No quiero finalizar estas líneas sin manifestar de nuevo mi reconocimiento agradecido por la parte personal que me toca, a esos sacrificados profesionales de la medicina en todos sus niveles que están dando más de lo humanamente posible.