Sara Escudero

Desde la muralla

Sara Escudero


Querida Wendy:

26/02/2021

Empezar esta carta me trae tantos recuerdos, que no puedo dejar de sonreír mientras escribo. ¡Qué infancia tan bonita! ¡Qué tiempos maravillosos de jugar y volar entre sueños sin casi mirar el reloj y menos aún una pantalla!
El bonito mundo que se abría a nuestros pies tras la apertura de la ventana, dejaba paso a esos espíritus libres que nos daban la oportunidad de iniciar un nuevo camino, que nos hizo ser como somos hoy en día. ¡No puedo parar de pensar lo afortunados que fuimos (y somos) en aquellos instantes donde jugar, reír, cantar y batallar eran nuestra única misión en el día! Recoger la habitación, los deberes y cosas así eran una mínima extensión del mundo que teníamos esperando a ser surcado como navegantes sin rumbo fijo.
Hoy, con unos años más de experiencia sigo pensando que nuestro espíritu libre, que fue fraguado en la niñez es parte de nuestra seña de identidad y nos hizo ser el reflejo de lo que somos, creemos y valoramos en estos días complejos que vivimos.
Cada día veo a tus pequeños entrar en el colegio con esa sonrisa de oreja a oreja que les caracteriza oculta en nuestra barrera del nuevo decenio, algo se mueve dentro de mí. Educados, joviales, cordiales… No se pueden parecer más a ti. Y esos rizos dorados, esos impresionantes ojos que hablan en boca de la mascarilla. Recuerdo las palabras que me dijiste hace tiempo: «Si supierais lo maravilloso que es el amor de una madre, no tendríais miedo». Sin duda alguna son dignos herederos de su madre, mi querida Wendy.
Los observo cuanto me toca patio, los veo por la ventana y cuando salen sus nombres en las reuniones de evaluación agudizo el odio para no perder ni un instante de su evolución. He de confesar que son mi debilidad, aunque disimulo todo lo que puedo. Pero no puedo evitar arrodillarme en el patio para atarles los cordones mientras juegan o abrocharles la cazadora los recreos del crudo invierno. 
Cómo buenos hijos de maestra, he de reconocer que nunca olvidan el «Don» delante de mi nombre y me miran con la picardía de quién es conocedor de nuestras andanzas y la amistad que nos sigue arropando a pesar de los años. Don, ya ves, aunque luego en casa olviden esa palabra por completo, para llamarme Tío. 
Verles crecer es algo especial para mí. De pequeños jugábamos en casa, conocemos los nombres de nuestros padres, hemos crecido con las meriendas de los amigos, sabemos el nombre de cada hermano, hermana, con quién salía y de qué pandilla era. Sabemos hasta los cumpleaños de las madres y nos hemos acompañado en las terribles pérdidas de la familia. A pesar de los años, seguimos saboreando el bizcocho que nos hacían, el aguinaldo cariñoso, el calor de las familias de nuestras amistades. Qué tiempo, en los que la familia extensa era la de tus amigos y volvías a casa cuando volviéramos todos juntos, arropados, riendo, contando confidencias y chistes. Sólo los que son alegres, inocentes e insensibles, pueden volar.
Por eso ahora, veo a tus hijos y esta situación privilegiada que me permite verles evolucionar y me parece maravilloso ver que los hijos de mis amigos son también esa parte de mi vida. Para ellos no seremos nunca lo que somos entre nosotros, pero para mí son algo más que niños y niñas, son ese vínculo que me sigue manteniendo unido a ti. Los niños de hoy en día saben tantas cosas que dejan pronto de creer en las hadas.
El motivo de mi carta es otro totalmente diferente, la verdad. Se me agolpan las cosas que deseo contarte y escribirte, pero hoy tengo un objetivo claro. Tenemos que vernos. Es importante que te cuente algo personalmente: A todos nos ocurren cosas extrañas a lo largo de nuestra vida sin que durante cierto tiempo nos demos cuenta de que han ocurrido. Y de esto tenemos que hablar. 
El próximo jueves, al caer el sol, te espero donde siempre. ¡La segunda estrella a la derecha, y directo hacia el amanecer!  Hablaremos con la luna creciente, al calor de las estrellas. Solo ve y te cuento. Este será otro de nuestros secretos. No dejes nunca de soñar. Solo quién sueña, aprende a volar.
Siempre tuyo, de tu familia y de tus recuerdos
Peter Pan