Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


InvernÁvila, patria querida

09/11/2022

La Nochevieja del 98 siempre la recordaré como aquella en la que a mi padre le tocó ejercer de relojero sin reloj para dar las campanadas con el canto de una cuchara sobre el lomo de la botella de champán a la luz de las velas. La señora nevada que cubrió de blanco la provincia debió ser un ancestro de Filomena o un pariente no muy lejano, pues ese fin de año quiso que fuéramos condenados a una horripilante penumbra que anulaba las líneas de cable y servía en plato frío el castigo de no ver por primera vez el tradicional briefing de Anita Obregón explicando el momento en el que baja el carillón y nos confunden los cuartos.
Veinticuatro años después, los inviernos de Ávila siguen curtiendo voluntades. La tierra teresiana con la que siempre soñó Welles por ese "algo extraño y trágico" que encontró en ella pervive en ese, su radicalismo estacional que conquistó el corazón del barroco cineasta californiano, cuando en febrero de 1965 llenaba de lanzas, escudos, caballeros y caballos la ciudad amurallada para dirigir y protagonizar el rodaje de Campanadas a medianoche.
Hace unos días se empadronaban las dos primeras heladas en las lunas del coche. Los níscalos que se han quedado sin cortar resisten el último aliento de calor bajo el nórdico de la fusca de los pinos, mientras las cenas de empresa empiezan a sucederse tomando ventaja a las fechas de Navidad por la Ponzano abulense de San Segundo. Clausuro estas líneas advirtiendo de estar a un polvorón de cantar El Burrito Sabanero. De momento sigo entretenido buscando tutoriales de nudos de bufanda que me convenzan; el grueso de Invernávila está al caer y cuando eso ocurra pasará sin llamar.  

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