Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


La expiación

10/08/2020

Hombres que son reyes, reyes que son hombres. Mas expían y expiarán pecados. Pero donde la línea es delicada aunque algunos la han hecho a trazos gruesos para confundir la persona, el personaje y la institución. Como hombres tienen todos los vicios y defectos que el ser humano puede llegar a atesorar y culpar. Como reyes solo deberían en las cada vez menos monarquías existentes ser devotas de un solo término, la ejemplaridad. Más que la tan manida y socorrida expresión “al servicio de España” tan borbónica por sí sola, tan grandilocuente todo ella. 
Se cierra de un modo triste, de momento, la trayectoria vital de Juan Carlos de Borbón. Una vida de dudas, de difíciles y complejas decisiones, de muchas luchas, afectos y desafectos, y que tocó el cielo de las vanidades y el aplauso de un pueblo, desagradecido como el español y amnésico como casi todos, casi con la misma rapidez que, desde 2012 s vida y su reinado, por enormes errores propios y personales, malos asesores y consejeros y el silencio de los gobiernos de turno que con tamaña sobreprotección amén del silencio de los medios, destaparon una botella espumosa que no podía contener tamaña presión. A raíz de aquella caída, la maldita caída de una pérfida cacería todo lo que vino han sido escándalos y por vez primera, el abismo y el vértigo de no sentir esos múltiples anillos o capas de cebolla con que hasta el presente le habían venido protegiendo instituciones públicas y políticas y los medios que o bien no se enteraban de viajes secretos y negocios o estructuras financieras tal y como ahora parece que todos se afanan en destapar, publicar y comentar, o bien jamás se publicaban a la par que se decía aquello de que al protagonista de la transición y artífice de parar el golpe y apostar por la democracia en 1981 se le permitía sotto voce, todo o casi todo. De tales lodos estos vientos, que hoy golpean inmisericorde a l apersona de Juan Carlos de Borbón y de paso a la institución que encarna y encarnó. Una suerte de unión hipostática difícil de romper y separar y por la que fluye el siempre interesado e indefinido término de la inmunidad y la inviolabilidad, aun cuando ahora tanto se enfatiza en la persona y no en la figura del monarca y jefe de estado. ¿Qué es inmunidad y para qué está solo para lo público o también para todo lo que la persona pueda realizar aun sabiendo que se va más allá de lo lícito, lo ético y la moral de una ejemplaridad que dejó, un buen día, de ser?
Juan Carlos de Borbón cierra o está a punto de cerrar una historial vital y un reinado que pese a ciertas sombras pudo ser modélico. Lo fue en momentos. Lo fue debido también a su talante y a las personas que le rodearon y que el supo escoger, empezando como no, por Adolfo Suárez, el gran protagonista de la transición, y lo fue por un pueblo, al que siempre se olvida su papel en esa transición que supo respirar concordia y aceptó sin referéndum y a través de una votación en bloque, holística, de la constitución el 6 de diciembre de 1978, la forma monárquica parlamentaria. 
Hoy muchos se ceban y tratan de clavar sus dardos en el rey emérito. Lo hacen con el verbo iracundo y el argumento agrio. Incluso se oyen voces o leen artículos de que deberían haberle privado o retirado el pasaporte. Y es que España si queremos humillar lo hacemos, como el enterrar, magníficamente, sin ser capaces de medir los extremos.
Juan Carlos de Borbón se aleja, no huye de España ni se exilia voluntariamente como algunos asimilan a su abuelo, muerto en la soledad de una Roma en medio de la guerra. Tampoco escapa de ninguna justicia. Si ésta le cita no huirá ni podrá ya torpedearla. Sabe que le daño, que sus actuaciones del “pasado”, han pasado una factura durísima a su haber, a su persona, a su legado en la historia que oscurecerá tremendamente su reinado y su épica, pilotar el tiempo de la dictadura a los catorce años de un socialismo donde su reinado tocó y acarició las cotas más altas de aceptación y popularidad. 
Algunos lo prestan con el penúltimo o incluso último servicio a España, siempre el término tan borbónico y nuclear de “servicio” pese a los intereses personales y privados del personaje. Mejor llamémosle en el otoño de la vida, “sacrificio” para tratar de contener el dique ante el oleaje que la monarquía hoy sufre. El hijo tiene hoy enormes dificultades, distintas pero no menores que las que tuvo el padre hace 45 años. Hoy las generaciones de españoles piensan, sienten y ven las cosas de otro modo bien diferente y distante. Hoy los silencios ya no pueden ser escondidos ni tapados como otrora y el escrutinio de lo público hace que cada gesto, cada palabra, cada palmetada, sonrisa o mueca no sea indiferente y máxime en una institución que analiza cada movimiento y cada escenografía.
Probablemente y pese a tantos errores últimos (el no solo es culpable de los mismos pues hay quiénes asesoran, otros que decidieron también y no pocos que se beneficiaron pero de lo que todo se calla en estos momentos) no se merecía este escarnio último o penúltimo. No sé si quiénes han decidido su marcha, sí, decidido su marcha, aciertan o no o si solo es una estrategia preventiva y defensiva que evite otros enroques, y si con ello el cortafuegos será eficiente. Unas cintas, una mujer despechada, unas filtraciones y unos o un periódico que decidió hace un año empezar a publicar ciertas cosas toda vez que la fiscalía suiza, sí, suiza, no española en su momento, inició sus pesquisas y dedo acusador han terminado por ahogar 39 años, (siempre la cifra de 39, algunos recordarán), de un reinado que pudo ser modélico y ejemplar pero no lo fue, aun siendo como él dijo, “la justicia igual para todos”. Del dicho al hecho media un abismo.