Abel Veiga

Fragua histórica

Abel Veiga


Aplausos

20/02/2021

Hubo una vez que había aplausos cada tarde en este desmemoriado país. Como cada tarde, a las ocho, caída ya la mácula gris de una tragedia que nos ha golpeado sin piedad, -sigue haciéndolo- y cuándo algún día sepamos en verdad, los miles de muertos reales como consecuencia de este virus, salíamos a aplaudir. Hoy no lo hacemos. Un día dejó de hacerse porque ya no se quería hacer simplemente. Lo hicimos con firmeza, decisión y en ocasiones con la mirada ausente de la emoción por lo que muchos, muchos con mayúsculas, con nombre y apellidos, pero mayoritariamente anónimos, haían por todos nosotros.

No lo olvidaremos, pese a ser éste un país tan amnésico como desmemoriado, desagradecido a la larga pero efusivo en la elegancia del momento inmediato. Nunca tantos deberemos tanto a tan pocos como dijo aquél líder político, sí, líder pese a ser político, que se echó a los hombros todo un país frente a la tiranía de los fascismos. Hoy ni líderes, ni apenas políticos. No busquen. El panorama en España es, simplemente, desolador, en el gobierno y en la oposición. Han demostrado algunos presidentes autonómicos y algunos alcaldes, darles mil vueltas a los contubernios mesiánicos de Moncloa, y las murallas rocosas de una oposición desbordada e incapaz de proponer además, algo distinto.

Y después del aplauso viene la hipocresía, el egoísmo y el cinismo de algunos. Nos explicamos. Vimos en los medios, escritos, amenazas, pintadas, pinchazos de ruedas de personas a esos sus vecinos que eran aplaudidos a las ocho de la tarde. Curiosa la personalidad y la esquizofrenia de algunos. Vino como se pusieron carteles en los edificios, en las porterías, en los hall de entrada pidiendo a sus vecinos médicos, enfermeros, farmacéuticos, cajeros de supermercados, etc., que se fuesen de sus edificios, que no les pusieron en riesgo. Hemos visto igualmente imágenes de coches pinchados o con pintadas como “rata contagiosa”. Esa es la realidad de una sociedad también mezquina, pero en su ínfima, infimísima y mediocre porción.

Somos así, de carne y hueso, de barro y mentira también, porque la arcilla que nos moldea como personas también nos hace débiles, temerosos, cínicos, cobardes o mezquinos. No lo reprocho, pero sí lo censuro desde la fuerza de los sentimientos. Tener miedo al miedo es posible, pero ser cobarde y esconderse tras una pintada es falaz. Mezquino. Grotesco por que retrata a los egoístas, a los cobardes, a los hipócritas fariseos que dicen y hacen cosas distintas pero aguantan esa mirada chulesca y arrogante.

Aplaudamos señores. Reconozcamos lo que se hizo, hoy aún sin superar la tercera ola. Luego ya vendrán la crítica, sobre todo a los políticos y gestores de esta crisis. Los que viendo no quisieron ver, los que sabiendo no quisieron actuar con bisturí, los que conociendo el alcance lo modulan, los que no les tiembla la voz ni el cuerpo en esconder o disimular la cifra real de muertos. Que son muchos más de los que nos dicen y que ocultan en un imposible no haberles hecho pruebas para corroborar que murieron por culpa de este virus que trae otro, el de los populistas y demagogos, pero también uno terrible económico y social. La fractura es indecible. Y queda claro que la generación de nuestros hijos no vivirá tan bien como la nuestra. Entre dos crisis encadenadas nace la incertidumbre.

La sangría no se detiene, ayer mismo mi querido vecino Don Maxi de casi 94 años lo llevaron en ambulancia, solo unas horas y fallecía. Neumonía. Plenamente consciente. A las horas sedado. Luego, el final. Así de terrible.