Álvaro Mateos

El Valtravieso

Álvaro Mateos


En busca de Miguel Delibes

07/12/2020

Recuerdo a un profesor de Lingüística de la carrera, cuando nos decía a los alumnos de Periodismo que los tres grandes novelistas españoles llevan el nombre de Miguel: Cervantes, Unamuno y Delibes. En su constante reivindicación del castellano, apostaba por «la rotunda belleza de la lengua castellana a la hora de expresar», reflexión que compartía quien dirigió este periódico unos cuantos años, Carlos Aganzo y refleja en su último libro el escritor navero Tomás García Yebra.
En su estilo libre y personal, el alma de la Librería Museo de Las Navas del Marqués ha homenajeado a su maestro –reconoce que le ha influido más que su padre- en el año en el que habría cumplido cien, juntando material de diversos encuentros.
Va recorriendo diversos aspectos de Delibes en el Ávila de Muñoz Quirós; la Urueña de tantos otros: Joaquín Díaz, Luis Delgado, Jesús Martínez, Juan Hormaechea, Ambrosio, el afilador peluquero, etc; el Valladolid de Elisa, Adolfo y Juan Delibes, hijos del autor, con quienes comparte numerosas anécdotas, como también hace con su biógrafo, Ramón García Domínguez, para concluir en Sedano, el retiro del escritor.
Un campo de amapolas al atardecer, en una llanura castellana que permite divisar unas encinas al fondo, inspira una portada sugerente, con la reflexión de Miguel Delibes en torno a su vida de escritor: «No sería como es si no se apoyase en un fondo moral inalterable». Es un buen retrato del periodista, viñetista, profesor de la Escuela de Comercio, académico de la Lengua y premio Cervantes, que llegó a decir tres veces no al Premio Planeta y empleaba la escultura que le regalaron con motivo del máximo galardón de las Letras españolas de cuña para que no se cerrase la puerta del pasillo.
Miguel Delibes, que aborrecía la segunda parte de La sombra del ciprés es alargada, y eligió Ávila para no portar tintes autobiográficos pucelanos, había confesado que cada vez que venía a cazar por nuestra tierra se paraba en la vista de los Cuatro Postes para recordar la escapada de Pedro y Alfredo. Son algunas de las anécdotas que recoge García Yebra en su libro, en el que también dedica un capítulo al cine, desterrando la intentona de Luis Alcoriza, a la vez que ensalza a Camús, con Los Santos Inocentes.
«Delibes no servía para vender, no servía para inocular ideología», reflexiona García Yebra a la hora de hablar del escritor y periodista, a quien ofrecieron dirigir el diario El País, en 1975.
Tal y como más tarde haría Jiménez Lozano, Miguel Delibes, que había comenzado en el ejercicio de su profesión de viñetista en El Norte de Castilla, dirigió el periódico que los alumnos de Jacinto Herrero veíamos siempre bajo su brazo, cuando venía a clase después del recreo. El profesor de Langa nos decía que era el único que sabía cuidar la Lengua española, aunque la llenase de leísmos y laísmos de Valladolid, o de las erratas de Titivilos, propias de Delibes, que sus Obras Completas han corregido, pese a que los originales de Áncora y Delfín sí incluían.  
Merece la pena encontrarse con Delibes en esta obra de García Yebra, también para valorar a su mujer, Ángeles Castro; recordar las manías de un genio que llegó a escribir El Camino en 21 días, del tirón, o El Hereje, ya bastante tocado por la enfermedad.
Si bien es cierto que Delibes no llegó a ganar el Premio Nobel, «porque los suecos no tienen capacidad para discernir ni degustar el castellano», dice García Yebra, quien remata con una serie de reflexiones de otro amigo común, Jorge Urdiales, que desvela la humildad de un escritor a quien le llamaba la atención que periodistas y escritores nos concedamos tantos premios:»¿Tan importantes somos? Yo no veo que los médicos y los ingenieros se premien tanto».
«Soy como un árbol, que crece donde lo plantan», es la frase que permanece grabada en la acera de Recoletos, 12, en el lugar donde nació Delibes, un escritor siempre vinculado a los árboles, a un gran amor por la naturaleza, al ciprés que le unió para siempre a la historia de Ávila y que me ha dibujado en una preciosa dedicatoria Tomás García Yebra. Mi consejo es que lean a ambos.