Ricardo Guerra Sancho

Desde mi torre mudéjar

Ricardo Guerra Sancho


Un viaje muy accidentado de 1.535 ovejas

09/06/2021

Así podríamos denominar ese viaje que es un recuerdo ancestral de nuestros antiguos oficios y tradiciones. O hablando con más propiedad, lo que ha quedado de una antigua actividad ganadera de mucha importancia para nuestra ganadería extensiva, ya perdida, pero que se resiste a desaparecer. Así cada año, en viajes de ida y vuelta, una gran piara de ovejas, con algunas cabras, que forman esa comitiva de la trashumancia. Protegido por unos planes europeos de conservación de actividades ancestrales, y en defensa de esos caminos ganaderos, las cañadas, tantas veces invadidas y acosadas por lo urbano en su paso por las poblaciones, o perdidas y también invadidas por la maleza o por la codicia de algunos colindantes, que a veces hacen desaparecer esos caminos antiquísimos. 
Aquellas antiguas veredas y caminos de la trashumancia que se consolidan paso a paso, con aquellos viajes de ida y vuelta, unas cañadas que el rey castellano Alfonso X el Sabio, el año 1273, con un edicto real les da carta de naturaleza y protegió esta actividad dando privilegios a la Mesta, muchas veces contra los intereses de los propios agricultores, porque consideró la ganadería primordial para la economía castellana, en especial el ovino que producía aquella afamada lana castellana exportada hacia Flandes en cantidades por su calidad. Un comercio discutido porque sacaba fuera nuestra riqueza, nuestros recursos que volvían manufacturados con su nuevo valor mucho más elevado. Pero también la materia prima de nuestras importantes industrias textiles, importantes en Segovia y Ávila, y también en esta antigua villa que tenía una producción abundante y de tejidos de calidad, tanto es así que en el s. XVI la Villa tenía un sello con las armas de la villa, un sello de calidad que garantizaba que nuestra producción reunía los requisitos de las «Ordenanzas del Reino» para nuestras manufacturas, unos documentos preciosos de mediado el siglo que nos desvelan una importante industria antigua en la villa, sujeta a las medidas oficiales del «Patrón de Burgos», por lo que esta industria estaba doblemente valorada y por ello, protegida por el antiguo Concejo de la Villa y Tierra. Tenía ordenanzas, entre otras muchas, para la industria pañera, nombraba veedores para vigilar la calidad. Un tema precioso que requiere un estudio más profundo.
Pero volvamos al relato del viaje de las ovejas. Una comitiva ovejil que cada año surca nuestros campos y cruza nuestras ciudades por donde antiguamente existió una cañada o camino natural. Por Arévalo, encrucijada de calzadas, cañadas, caminos y veredas, pasaban importantes comunicaciones antiguas, como la Cañada Real Burgalesa, o la Cañada Real Leonesa Occidental que por aquí cruzan, con un paraje emblemático de cruce de caminos y calzadas, simbolizado en «La Caminanta», es decir la ermita que preside esta encrucijada con ese nombre popular que no es otro que el de la Virgen del Camino, protectora de os arrieros y caminantes.  
Un viaje muy accidentado decimos, porque en las diferentes etapas que siguieron se sur a norte, desde Extremadura hacia los montes de León, fueron días de grandes tormentas que no dejaron de ser una rémora para este viaje pastoril, sufriendo tanto los pastores como el propio ganado, de tal intensidad por la zona de Las Berlanas, El Oso y otros términos, en que intensas lluvias de tormenta e importantes granizadas fueron protagonistas de unas jornadas doblemente difíciles. De hecho, a nuestra ciudad llegaron en torno a las 5 de la tarde desde las 11 de la mañana que estaba previsto, y en medio de fuerte aguacero. Para que luego digan que el cordero o el queso de oveja son caros…
Mientras esperaba su llegada, recordaba aquella canción popular a son de gaita y tambor charro que decía: «Dicen que los pastores huelen a sebo… pastorcito es el mío y huele a romero… dicen que las pastoras huelen a lana… pastorcilla es la mía y huele a retama… quítate niña de ese balcón, que si no te quitas ramo de flores…»