Darío Juárez Calvo

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Darío Juárez Calvo


El frágil pellizco de las flores de mayo

30/05/2021

LLa vida se empieza a pegar al asfalto. Y es que Madrid es diferente en primavera cuando la calor regresa como lo hacen las cigüeñas en febrero por San Blas. El terracismo, como práctica neoliberal, amplía su escaleta en mayo tras el efecto Ayuso; las cañas ya eran fachas antes del 4M, pero ahora más, y los toros, ay los toros... El desierto del Sáhara se avista al otro lado de la M30. El bochorno en el cemento, ¿para quién?, ¿para qué?, ¿para un festival?
Y para colmo Vistalegre, en mayo, que fue capaz de hacernos ver a Florito vestido de calle y sin los bueyes -aquello hacía daño a la vista-, para ser partícipe de otro golpe de Tomás Rufo. Pasaban los días, el cinqueño cada vez más serio y la dádiva del toreo eterno brotando a borbotones como estaciones del Vía Crucis, de Sevilla a Arnedo pasando por el barrio de Carabanchel.
Morante, después de hacerle la campaña publicitaria a la feria por las radios y las teles -esa que su ex apoderado y empresario de la misma obviaron, como obviaron la lógica para que aquellos caros carteles salieran medianamente rentables-, regresaba a Madrid para inaugurar el estand de la Real Academia de Corte y Confección, que no llegó a IFEMA pero sí a Vistalegre. La antesala de un enclave de torería que nadie imaginó y a todo el mundo puso de acuerdo. La sevillanía había llegado y, entre Pablo Aguado y él, quisieron rendirla culto en Madrid en plenas vísperas de San Isidro.
El rastro de la sencillez que dejaron las perlitas del joven sevillano volvían a flotar en el aire como las pelusas de los chopos en los San Isidros auténticos de Alcalá 237, cuando el día 19 regresaba a La Chata junto a Roca Rey para el mano a mano más cantado. El peruano había sentido la hiel en la boca cuando vio la horrorosa cogida de su peón, Juan José Domínguez, pero las noticias que milagrosamente iban saliendo de la enfermería fueron sin duda enri- quecedoras, lo que le hizo ganar enteros y mucha confianza para cortarle dos orejas del Madrid de Vistalegre al 3° de Garcigrande, que a Aguado le tocaron las palmas.
Minutos después de las 20:30, el Príncipe de Sevilla replicaba a su contrario con un capotito adormecido por una nana de cuna que salía de aquella esclavina flanqueada por dos muñecas inertes, heridas de quejío y jondura que bailaban los vuelos sin la necesidad de la superlenta. Tres fueron las que por el derecho trasquilaron las costuras del alma. La verónica de Pepe Luis extrapolada en el toreo de Aguado, que al igual que su paisano y tal y como rezaba la crónica de este portal, torea como le dolía a mi abuelo. El suceso conmocionó al Palacio, pues no se puede torear más despacio y con ese aire de los antiguos, de los que ya no están pero viven eternamente en el recuerdo de un aficionado de antes, de una foto, de una crónica en sepia o del olor del tabaco, el paño y la seda de una tarde de toros.
Bergamín se hubiera autoconvencido el día en el que Urdiales pisó el ruedo de La Chata con una rotura de tibia, para escribir un segundo tomo de La música callada del toreo después de verlo torear: de Paula a Diego; del calé al payo; de Jerez a Arnedo. La rendición de Madrid ante el misterio de la torería que guarda unos extraños orígenes alejados del alto de Despeñaperros, pero con mucho olor a romero y más solera que una barrica de Tío Pepe. Un barítono capote que durmió en azabache a Vistalegre. 
El genio cigarrero había levantado el cierre al estand de la Real Academia de Corte y Confección y tenía que ser Morante quien lo debiera de bajar. En este caso para ceder el testigo de la sevillanía a la frágil y primorosa naturalidad de un Juan Ortega que cerró el grifo del toreo clásico, el eterno, el de la difícil facilidad. Aquellos naturales que quiso perder por la circunferencia de su faja todavía están buscando un cofre sin llave por Galerías Piquer. Nunca se quisieron esconder porque nunca les avergonzó tanto delirio de grandeza. Qué barbaridad.