Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Lo que nos flipaba

03/10/2020

A estas alturas de la vida, uno puede presumir de haber crecido con la música de Metallica, U2, los Beatles o los Rolling. Mecano, Héroes del Silencio o El Último de la Fila. Había donde elegir. Llamadme carca, pero otros no podrán decir lo mismo dentro de unos años. ¡Los chavales de ahora no valoran lo que es tener todas las canciones del mundo en la palma de la mano! Ni en nuestros mejores sueños habríamos imaginado poder acceder a todo ese ingente contenido que antaño nos costaba nuestros buenos sudores conseguir. Porque, o se enganchaba la cinta en la que habíamos grabado el remix de moda, o el pinchadiscos de voz profunda no paraba de decir la hora o el buen tiempo que hacía… Lugares comunes tenía la radiofórmula.
Por supuesto, nos emocionábamos con eso que ahora llaman air guitar. En un periquete, teníamos montada la banda. Y es que, aquel anuncio del niño y el palo, en nuestro caso, no iba muy desencaminado.
Salíamos del cine llenos de adrenalina tras haber visto una americanada. Y aquí, abro capítulo: marcábamos musculitos –no se puede definir de otra manera aquello– tras ver al señor de apellido impronunciable interpretando a Conan el Bárbaro, o a Stallone repartir estopa en mitad de la jungla vietnamita. A cualquiera que le cuentes que difrutábamos emulando a un muñeco que decía aquello de «mi casa, teléfono», te pondrá cara rara. Nos ponía mucho emular a un jedi (bueno, he de reconocer que a un servidor, no tanto…), por no contar la de veces que dijimos la mítica frase de La Princesa Prometida: «Me llamo Íñigo Montoya, tú mataste a mi padre, prepárate a morir». 
Nos flipabamos con aquellos futbolistas con bigote, con los lagartos de V, con los dibujos animados en los que siempre veías pasar los mismos árboles o con las interminables carreras de Oliver y Benji. Hasta con los muñecos de cartón piedra de La Historia Interminable. ¡Qué película más mala! 
Empleábamos una jerga común con expresiones como efectiviwonder, alucina vecina, digamelón o nasti de plasti, entre otras muchas lindezas. Así éramos. 
Visto con perspectiva, nuestra capacidad de aguante se debe a que cuando se iba la señal televisiva conservábamos la fe en nuestros deportistas, aunque esa esperanza se derrumbaba una vez volvía la imagen y nos habían colado otro gol más o el árbitro nos había hecho alguna que otra faena en la última entrada a canasta.
Y se nos ponía una sonrisita en la cara al ver a un chaval que daba cera y pulía cera, haciendo la llave de kárate de la grulla. Y queríamos repetir aquello, porque entonces como ahora, a pesar de que los abusones triunfaban efímeramente durante uno o dos cursos, luego quedaban en el olvido. Y treinta años después hemos visto que los macarras de antaño tuvieron el futuro que merecían, pero que en el fondo resultaron ser unos pobres niños desatendidos, y que los machacados ahora son los que hacen bullying porque la venganza suele servirse en plato frío. 
Estamos en el otoño de 2020 y, como ves, prefiero echar la vista muy atrás, como hacía Quino en aquella reflexión que hacía: la vida debería ser al revés y, perdona que sea tan franco, acabar en un orgasmo. Porque resulta que el año que recorremos bien lo podría haber catalogado Chiquito de la Calzada como el de los dolores. Porque, aunque no lo queramos creer… nos gusta que los planes salgan bien. Y acabarán saliendo. Ya me entienden.