Chema Sánchez

En corto y por derecho

Chema Sánchez


Otra breve historia de Navidad

17/12/2022

Pues resulta que hace unos días, por motivos de trabajo, aterrizaba en Berlín. De la vuelta no hablamos, porque casi no salgo cuando debía de Alemania, dado que los bochornosos controles de seguridad de los aeropuertos germanos casi me dejan en tierra. Huelga encubierta lo llaman. Para eso han quedado algunos defensores de los trabajadores. Para jugar con el tiempo del resto de los mortales, porque ellos están por encima del bien y del mal. 
En la ciudad del Muro, el ambiente es gélido. La Historia pesa. En todos los sentidos. En las calles no se ven muchas sonrisas, la verdad. 
Estamos a tres grados bajo cero. En un receso de lo que nos ha llevado al estado alemán de Brandeburgo accedo con varias personas de diferentes nacionalidades a un cercano mercado navideño. Luz, más luz… Aquello parece Vigo, la verdad. Berlineses y turistas se agolpan en torno a una caseta acristalada en la que se ofrecen unos vinos que parecen de garnacha, casi ardiendo. Aceptamos el caldo que nos ofrecen los anfitriones en unas tazas preciosas, pintadas a mano, con 20 centilitros de capacidad. Con una basta. Es evidente. Ahora ya se empiezan a ver más sonrisas. Serán los efluvios del líquido granate. Caminamos y, un poco más adelante, hay una señora mayor, de unos 75 años, con un puesto comercial asombroso, luminoso como no puede ser de otra manera, y repleto de figuritas de porcelana para adornar el árbol de Navidad, las puertas de las casas y lo que sea menester. Encuentro una clave de sol verde. Ésta es para mi hijo, pienso. Me dice que la tiene también en rojo. Cambiamos de idea. En 2023 el propósito va a ser no discutir con nadie, ni con uno mismo. 2022 ha dejado valiosas lecciones vitales. Me he topado con varios berlineses a los que no he logrado arrancar una palabra en inglés. Nada. Ella, como yo, se defiende con el idioma de Shakespeare. Tiene arrojo. Nos hacemos entender, como también me ha entendido el tipo de la pizzería. Me dijeron que probara comida típica de allí, pero el tiempo es oro en un viaje de ida y vuelta. La visita del médico. La señora cuenta que lleva muchos años de feria en feria, y que lo que más le gusta es la Navidad. ¡Qué afortunada! Sus ojos muestran que no ha tenido una vida fácil, pero como la gente que de verdad es rica, no necesita gran cosa para estar feliz. 
Pago rápido y dejo de hablar con ella, porque me recuerda muchas cosas. A todas esas madres –a la mía–, a todos esos padres que, una Navidad más, o por vez primera, faltan a la mesa. Nadie nos prepara para ese momento. Una prueba de fuego. Como nadie nos avisa de que ese asado que con tanto mimo organizaban, incluso durante semanas, ya no sabrá nunca más igual. Ahora, la preparación del menú -más caro que de costumbre- es compartido en su elaboración en muchos hogares, como muestra con especial tino ese anuncio en el que sólo el niño se acuerda del turrón.
Vivimos tan apresurados con el futuro, en los hay que, que olvidamos lo que de verdad importa: el presente. Y luego, vaya por Dios, es demasiado tarde.
Llega una época del año especialmente complicada en muchos hogares, en los que el sitio vacío a la mesa, como esa camiseta que se retira y se cuelga en el techo de los pabellones, pesa más que esa forzada necesidad de hacer como que no ha pasado nada. La vida, por otra parte, sigue. El silencio deja muchos más mensajes que lo que realmente se escucha. 
Aquella ancianita alemana, que con tanto aplomo envolvió otra figurita de un duende rojo que le compré, porque usted tiene que viajar, me abrió de par en par el corazón. Y no precisamente por sus palabras. El tiempo pasa, los años vuelan, pero las cosas importantes siguen siendo las mismas, aunque el día a día nos absorba y devore. Lo importante, ya si eso, lo dejamos para más tarde. No puede ser.
En los tres minutos de charla que tuve con ella, se montó una cola de consideración, pero aquella resuelta mujer tenía el propósito firme de que el adorno llegara sano y salvo a su destino. Hoy, esa figura forma parte del paisaje navideño de mi casa. 
A pesar de que, las navidades no son lo que eran, no debemos dejar de construir. Nuestra obligación no es otra que esforzarnos para que los recuerdos de quienes vienen por detrás sean tan buenos o mejores que los que nos legaron a nosotros. Se lo debemos para que nos revivan igual que nosotros auparemos siempre a los nuestros. Ya me entienden.

ARCHIVADO EN: Navidad, Huelga, Alemania