José Ignacio Dávila

Pensando

José Ignacio Dávila


Dignidad

24/03/2022

El ser persona merece todo el respeto que nuestra civilización greco-cristiana occidental viene reconociendo y defendiendo, como patrimonio material e inmaterial unido a la soberanía que nos pertenece constitucionalmente, en nuestro Estado de Derecho, para asegurar el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular, para que nadie, ni por ninguna imposición autoritaria, se nos condicione nuestra cultura, nuestro modo de ser, pensar y el derecho a ser nosotros mismos, sin limitaciones en el sano y buen ejercicio de la libertad, contando con la protección de todos y cada uno de nosotros, desde nuestra patria chica, hasta en el mundo mundial con nuestro idioma y gramática parda de la experiencia, sin necesidad de imposiciones, ni lavados de cerebro y pensamiento, ni verdades oficiales según como le peta al bárbaro de turno con el argumento de su poder militar y decisión esclavista de la sociedad y su economía, para no defender la dignidad de la persona. 
La defensa y promoción de la dignidad humana, su excelencia, su respeto, no tiene límites, ni admite fronteras doctrinarias, ni territoriales, ni aquí ni entre las naciones que defienden su libertad constitucional. Los pueblos y naciones no pueden ver arrebatadas las vidas de sus ciudadanos, ni la historia y presencia de su Patria, bajo banderas totalitarias y sus carros de fuego de combate para pasto de sus fieras de presa, en guerra sin cuartel de refugio. La dignidad de la persona, su respeto, no admite condicionamientos autoritarios; y ya vamos cargados de experiencias pasadas y presentes de tanto bárbaro y tirano lanzado contra las libertades de los pueblos, de tanta sangre vertida sin vidas que sustentar y animar; de tantas víctimas y vidas por rezar, por recordar; por defender el valor y presencia de la dignidad humana en cada vida con derecho a vivir, desde su inicio hasta su presencia en las estrellas y memorias de familia.
Nuestra civilización occidental se asienta en la tierra firme que la historia no ha entregado, en las lecciones vivas de la defensa intelectual, cultural, material y real, para estar preparados para que no se nos prive de nuestra libertad, de nuestro Estado de Derecho, que se alimenta de la convicción de la mayoría ciudadana para tener, gozar y asegurar el imperio de la ley como expresión de la voluntad popular; y poder y saber defender defendernos en las alianzas con las demás naciones de nuestra cultura común occidental, sin que ni dentro de nuestras fronteras: a) ni se debilite la defensa de nuestra presencia política de derechos y libertades; b) ni se nos imponga la historia que no sea la nuestra; c) ni se nos cuestione el ideario constitucional que hemos decidido como libro de instrucciones para que la Nación española cumpla con la protección de todos los españoles y pueblos de España en el ejercicio de los derechos humanos, sus culturas y tradiciones, lenguas e instituciones; d) ni se nos prive del privilegio de ser parte soberana de la Nación madre de muchos pueblos; e) su aportación…. Necesitamos la presencia de bonhomía: Afabilidad, sencillez, bondad y honradez en el carácter y en el comportamiento (nuestro sabio y mundial diccionario de la Lengua Española) para que la suma de buenas realidades ajuste el equilibrio del fiel de la balanza (hace años que no veo romana en uso); cosas del deseo en la cabeza-mente, formación-preparación política, y puesta en práctica real (que todo tiene sus estudios).
Ningún bárbaro puede esparcir sus errores políticos, ni su visión autoritaria del imperio del poder sobre vidas, propiedades, territorio y economía; ni dentro ni fuera de las fronteras que acogen las culturas de cada nación y sus pueblos: las lecciones sobre la vida y la muerte de los pueblos nos descubren el valor ético, religioso, político, material e inmaterial, de los bienes de la fraternidad, de la libertad de los ciudadanos Nuestra cultura nacional, histórica, y las verdades en cada casa y familia, real, tiene que estar a la altura de la defensa de nuestros valores, vidas y de nuestro patrimonio social. Nos hemos comprometido un humanismo constitucional, con nuestra cultura y unidad en la historia común de nuestra civilización y cultura, con el orden que regula nuestra presencia en la Unión de naciones constitucionales europeas y de nuestras raíces históricas comunes, en la protección defensa de nuestro orden social, económico, político, integral y solidario, por enriquecer la solidaridad y la justicia, para que los frutos de la paz alimenten y fortalezcan la convivencia, sin los errores, sangre, dolor y lágrimas de la destrucción de las naciones por los tiranos, sus ideólogos políticos de turno, y su decisión por la guerra, por la muerte, por la esclavitud de las naciones que quieren vivir su vida, y en paz; vivir y morir con dignidad, en casa y en familia.